¿No se ha preguntado por qué la misma mujer que genera tantos
amores como madre, produce tantos rechazos como suegra? El “empaque” es el
mismo. Como mover un swiche y pasar de
positivo a negativo. Como si manejáramos doble personalidad y el panegírico que
se le hace a la madre se convirtiera en diatriba cuando se habla de suegra. En
definitiva es la misma mujer, oficiando en lugares diferentes… “Adorable” con
sus hijos y monstruosa con la “nueva” parentela. ¿Qué la hace “cambiar” de
manera tan abrupta?
Lo que sucede es que “nunca” es otra. Siempre es la misma persona,
sólo que al idealizarla como madre, inconscientemente se necesita construir un
contrapeso a “tanta” perfección con el fantasma de la suegra y su exageración. En letra clara, entre mas se
idealice a la madre, mas se denigra de la suegra. La perfección de la una
alimenta la monstruosidad de la otra. Lógico, ambos extremos son errados. La
celebración del día de la madre es una buena excusa para intentar revisar esta
“malformación” cultural. Aceptando que toda idealización conlleva rabia
guardada. Si revisamos a la madre, revisamos a la suegra. La madre puede ser a
la vez gestora de vida, educadora,
manipuladora, suegra y castradora: ningún otro rol humano “ocupa” tantas sillas,
de tan diversas formas, tamaños y consecuencias. Dada su importancia, también
puede ser la dimensión de su daño. No, no se encrespe. La madre también hace
daño cualquiera que sea su lugar cuando abusa de su importancia y poder. ¿De
dónde sacamos la idea de que la maternidad gradúa? ¿Fue acaso la religión la
que santificó a la mujer-madre, para atraparla en ese rol, “amarrarla” a los
hijos y asegurarse de que la tenía “controlada”? Quien lo creyera, para los
hombres el “poder” de la mujer como madre ha sido amenazante puesto que hasta
que no surgió la genética, el varón nunca sabía con certeza cuáles eran sus
hijos, ni qué tan fiel era su compañera. “Dependía” de la versión femenina y
ese acto de “humillación” ha sido muy denigrante para la cultura patriarcal.
Pero la mujer, entre mas “perfecta”(un imposible) se crea como
madre, entre mas proteja a sus retoños, no permite que ellos crezcan y nadie se
les puede acercar porque nadie le da la talla. Ella es la primera, la única, la
mejor, ¿acaso no vive para sus hijos? Desde su poder afectivo valida una
sentencia lapidaria: “primero conociste máma que esposa”. Todo lo nuevo que
llegue tiene que ir “después”, porque la cuenta de cobro por el sacrificio de
su vida está sobre la mesa. La perfección maternal agria el futuro de los
hijos. Los atrapa en un amor tóxico que impide el crecimiento personal, la
autonomía y el intercambio con otras opciones de vida. La madre “perfecta” lo
puede todo, lo colma todo. La madre perfecta es la principal gestora de la
suegra horrorosa. Y lo que es peor aún, daña el futuro de sus hijos al
invadirlos de culpas, deudas emocionales,
apegos y dependencias lo que impide un crecimiento con autonomía y seguridad.
La culpa que genera la madre cuando reclama a sus hijos “irse” con otros
“extraños” para hacer vida propia, es demoledora. Puede llegar a destruir sus
vidas. Qué paradoja la madre castradora da vida biológica pero castra vida emocional. ¡Y la cultura añorando perpetuar
esta idealización! ¿Usted también?
Gloria H. @revolturas

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