He trabajado en procesos educativos
por muchísimos años y de un tiempo para acá podía afirmar que ya no creía en la
educación. Pero no en la de Colombia, en la del Valle o en la de Cali, no. No
creo en la educación en ningún lugar del mundo porque precisamente lo que
enfrentamos hoy, a todos los niveles, es fruto del fracaso de la educación. La
cultura se limitó a transmitir conocimientos considerando que la mente más
lúcida era el objetivo educativo y la razón, como una loca sin freno, empezó a
gobernarlo todo. Tuvo poder, encanto, influencia y ¡razón! Ante ella, todo lo
demás era superficial y sin sentido. DE allí el mundo, bueno o malo que hoy
vivimos, edificado desde los paradigmas de la razón. No creía, entonces, en la
educación actual pero sí creo en procesos de conciencia, tema
desafortunadamente bien alejado de las aulas escolares.
Por ello acepté con un poco de escepticismo
la invitación que me hizo “El Nido”, institución del Colegio Bolívar para
conocer una nueva mirada educativa desde la filosofía de las escuelas Reggio
Emilia que se viene implementando en algunas instituciones en Colombia y en el
mundo. Esta concepción educativa nace en Italia, después de la guerra, donde la
población debe decidir qué hacer con el poco dinero que hay para reconstruir la
ciudad. Un grupo de mujeres escoge invertir en la construcción de una escuela,
por encima de cualquier otra prioridad. Por lo tanto nace una organización con
una filosofía bien particular. La primera y tal vez, la básica, es lo que es un niño o una niña. Ya no mas la idea de
que los chicos son “recipientes” a los que hay que llenar de ideas y
conocimientos. Ya no mas, por favor, la idea de que los niños y las niñas no
tienen uso de razón. Menos aún que son “bultos de carne” que hay que guiar en
todo porque su inconsciencia es absoluta. La concepción de lo que es un niño o
una niña marca el inicio del proceso. Entonces, vuelve a existir esperanza en
los procesos educativos, porque el respeto por ese proceso interior del niño es
también un proceso de conciencia. Acompañar a los niños y las niñas en su
despertar es bien diferente a imponer, dirigir o manipular. No es fácil el
trabajo porque el primero que se cuestiona es el adulto, en especial, el
maestro o la maestra que debe “renunciar” al poder del conocimiento o de la
autoridad. Estar alerta y respetar procesos no son “actividades” fáciles en
esta cultura.
Pero con una mirada diferente hacia el niño o la
niña, se construyen procesos de vida a través del arte y la estética, no como
herramientas supletorias sino como elementos básicos en la construcción de su
historia. La metodología fue creada por Loris
Malaguzzi: los niños aprenden por medio de la observación para después
desarrollar sus propios proyectos. Pero lo valioso es la nueva mirada hacia lo
que es un niño. Impacta la conexión que se les despierta con su entorno, con su
medio ambiente, con su ciudad. Son chicos de hoy para un mundo que requiere
conciencia y responsabilidad no sólo registro de conocimientos. Las paredes son
blancas y buscan proporcionar tranquilidad como muros donde pueden colgar su
trabajo y no el muro ya decorado donde el niño sólo es espectador de productos
comerciales. En el aula hay objetos pequeños y grandes, inventados por los
maestros, papas y mamás. Todos trabajan
en equipo y hacen los proyectos con sus compañeros y familias. Definitivamente
una mirada esperanzadora para la educación donde podemos educar con conciencia
y no sólo bajo los parámetros de la razón.
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