¿Qué tan cruel
puede llegar a ser el individuo? ¿Qué grado de sevicia puede anudarse en un
corazón para disfrutar con la agresión que se infringe a otros seres? Desde
Darwin aprendimos que en la evolución sólo “sobreviven los más fuertes”. Por
ello nos hemos educado con la idea de la competencia, de la guerra por la
subsistencia, porque sólo algunos (por encima de otros) logran llegar a la
meta. La vida es una lucha feroz, donde todos los que nos rodean pueden
terminar siendo potenciales enemigos. Y la naturaleza, configurada por seres
irracionales (mujeres, niños, animales, plantas y naturaleza) son simples
objetos para el mundo patriarcal. No hay límite ni para la agresión ni para el
cuidado de lo externo a mi, por lo tanto puedo disponer de ello como se me
antoje. Así, entonces, se pueden cambiar las madres de los ríos, disfrutar
torturando animales, disponer de la vida de niños y mujeres que son
“irracionales”, talar árboles, agredir a la naturaleza, vivir en guerra por las
ideas propias, o por los límites de un territorio, etc, etc. El mundo le pertenece a la esfera patriarcal
y aquí estamos, hoy por hoy, frente a los resultados de este paradigma.
El mundo patriarcal
es el mundo del poder y de la incoherencia. No significa, ojo, que a este sólo
pertenezcan hombres. En el patriarcado pueden existir muchísimas mujeres que
tienen la estructura del dominio y del abuso de lo que las rodea. De allí que
ser coherente (tener conciencia) sea tan, pero tan difícil. Las agresiones a lo
externo a mi, no puede tener excepciones. Alimentarse con un pollo (la
naturaleza lo hace) no puede ser lo mismo que “disfrutar” viendo matar un toro.
Tener poder no puede significar obligar a mi compañera a que “no mire a ningún
otro hombre”. Tener un hijo o hija no es permiso para agredirlos obligándolos a
que repitan mi pensamiento y actuar. Por ello, la violencia, en ninguna de sus
manifestaciones, es inocua. Cualquiera que sea su representación termina siendo
una agresión para el medio donde hay seres que se resienten con esa conducta.
Es diferente hablar
de agresión que de conflicto. Tenemos conflictos porque somos diferentes. Pero
el conflicto no debe terminar en agresión porque “no es como yo”. Manejamos diferencias y debemos enfrentarlas:
¡es sano hacerlo! Pero la violencia donde la vida o la integridad de otros está
en juego, no puede seguirse acolitando. Para el patriarcado un niño, una mujer
o un animal, son “irracionales”. Y es más fácil encontrar coincidencia para que
un individuo que infringe violencia a un animal se lo pueda hacer a un niño o a
una mujer, o a un ser indefenso. Total “son lo mismo de irracionales” y yo soy
el amo. (¡)
Debemos modificar creencias alimentadas en el
patriarcado. Esta es una sociedad incluyente que debe respetar las diferencias
de las minorías pero la filosofía de la minoría no puede imponerse “para
todos”. Quién quiera “disfrutar” de las corridas de toros, lo hará a título
personal pero sin la anuencia del Estado. La crueldad no puede ser patrocinada
por entes estatales. La contradicción es fulminante: defiende un niño pero
estimula la violencia animal. Defiende a la mujer pero fomenta la violencia
hacia la naturaleza. La naturaleza no está a nuestro servicio: somos parte de
ella. ¿Quisiéramos agredirnos a nosotros mismos? El estado educa y ojalá ayude
desde la coherencia, a tener conciencia, no sólo para saber donde botar la
basura sino también para sentirnos parte y no amos, de lo que nos rodea.
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