¿Qué tienen en común el
actor Bill Cosby y el hombre que ayer asesinó y quemó a una niña en Fundación
Magdalena? ¿Qué iguala al obispo chileno Karadima con el candidato Kavanaugh a la Corte de
USA? ¿Cuál es el poderoso hombre que en Colombia violó a Claudia Morales? ¿Por qué la multiplicación de historias donde el abuso es imposible de
callar? Cómo no aceptar, entonces, que lo que vive nuestro mundo
es un resquebrajamiento tenaz de la figura del padre. Cómo entender que lo que
se destapa, día a día, país tras país, época tras época, es el abuso del patriarcado
a todos los niveles. En términos psicoanalíticos el padre significa el orden,
el límite, la norma. El padre es quien protege, el que controla, el que
organiza. Pero aunque parezca contradictorio, el padre no necesariamente tiene
que ser el papá o un hombre. Lo importante es que exista un límite que
introduzca al niño o niña en el mundo real.
Pero el hombre, que en
principio debía desempeñar esa función, se enloqueció con su poder ilimitado,
con su falo agresivo y con el dominio sobre todo lo que lo rodea. Se creyó
dueño de sus hijos, de su compañera, de su madre, de su entorno, de la naturaleza.
Y cual rey tirano, hizo y deshizo. La ciencia, las artes, la religión, la
política, todo estaba para él, para
hacer lo que se le viniera en gana. Creyó, ingenuo y prepotente, que nunca habría un cambio. ¿Por qué lo iba a
haber si todo marchaba como “él disponía”? La justicia estaba a su servicio. La
historia él la escribía (e interpretaba), las naciones “sólo” él las controlaba,
las mujeres no votaban (solo él lo hacía), todo un paraíso de dominio y explotación. Las historias de atropello por
parte del patriarcado son innumerables. Es como un tsunami de información donde
cada día se destapa un abuso diferente. No hablemos de estadísticas porque las
víctimas no son un número. En su mayoría niños o mujeres golpeadas por el poder
patriarcal que ahora, hipócritamente, se sorprende de los escándalos. Un asunto
es la historia pública y otra las historias desgarradoras de cientos de mujeres
que tienen pegado a sus entrañas el dolor lacerante del abuso: fue mi padre, un
hermano, los amigos en una fiesta, el tío, mi abuelo, el vigilante, el
profesor, el cura de la Iglesia. Historias de nunca acabar. Impacta el número
de mujeres que guardan “su secreto”. La estadística que debería hacerse es al
contrario: ¿Usted es, acaso, una de las privilegiadas que está “limpia”?
Claro, hay una ira
represada de siglos de abusos y silencios. Lo que sucede es que la mujer
despertó pero el patriarca cree que el mundo aún le pertenece, que el mundo
sigue igual. La sorpresa es desmesurada. ¿Cómo silenciarla? Imposible. Hay que
seguir hablando y denunciando. El hombre patriarcal se queda sin herramientas
de control y por ello, golpea o mata. No sabe manejar a esta nueva mujer que le
habla de igual a igual. Está asustado y no le queda mas camino que la
violencia. Da qué pensar si el timonazo hacia la derecha de muchos países es
posiblemente una búsqueda desesperada de regreso al pasado, la necesidad de
volver al poder patriarcal que se les esfuma de las manos. En el orden
“anterior” el patriarca era el rey. En el mundo de hoy debe, necesariamente
conciliar. No lo sabe hacer: no hay padre, si muchos tiranos…
Gloria H. @Revolturas

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