Diciembre es un mes de paradojas. Por un lado están las costumbres
y tradiciones que nos repiten a voz en cuello que Navidad es la época del amor,
la alegría, el encuentro familiar, los abrazos y el mundo maravilloso de la
amistad. Pero cada vez es mas claro que hemos montado a Diciembre sobre una
mentira, una ilusión, o una farsa, porque ni el amor, la alegría o los
encuentros familiares se dan con la “facilidad” que desearíamos. Aun mas, ¡no
se dan! Lo que se produce son una serie de desencuentros, de dificultades, de
roces, de divisiones porque la familia
“no se comporta” como dice la propaganda. La familia de la foto no existe. Y
menos aún en el mundo moderno, independiente, rebelde, que intenta zafarse de
las costumbres para “caminar diferente”. Ya no es tan fácil “obligar” a nombre
de la autoridad, o la costumbre o la tradición, a que la familia se reúna a
pesar de la hartera y la oposición de varios de los participantes del núcleo
familiar. La modernidad ha permitido la sublevación y entonces todos no acatan
las “órdenes” del amor parental. Y desde el comienzo del mes surge la “nefasta”
inquietud “¿dónde pasaremos el 24?, ¿y con quien el 31?”.
La familia consanguínea está conformada por personas que se
supone, fueron “alimentadas” con la misma leche. Se esperaría (se supone) que
tengan mas o menos un comportamiento uniforme. Pero la uniformidad y disciplina
son pura teoría. Cada vez mas los hijos no siguen las mismas instrucciones, les
da hartera la tradición y es mas fácil cuadrar a 4 micos para una foto a que
los lazos de sangre faciliten el desenvolvimiento del ideal de familia. Y si a
esto se le mezcla las familias políticas con otras costumbres e ideas
diferentes, donde los temperamentos, costumbres, comidas, gustos y hasta
regionalismos no coinciden, Diciembre lejos de ser el mes del amor y la
alegría, puede convertirse en el mes de las pesadillas.
Por eso cada vez se parece mas a una máscara. Cada año es mas
cercano a una tragicomedia, montado sobre una apariencia. Lo importante es
“blindarse” contra las falsas ilusiones de que Diciembre trae cosido a sus
entrañas la palabra “amor y reconciliación”. Llega Navidad y no significa que
los problemas desaparecen. El abrazo del 24 o el del 31 no “alcanzan” para
limar asperezas, o diferencias ancestrales. Al menos soportan 4 horas de
reunión y varios aguardientes encima… Lo importante entonces es aprender a
manejar situaciones incómodas y no soñar con que van a desaparecer.
La tradición continúa pero la actitud debe ser diferente. Lo
primero bajarse de la nube de la familia perfecta. Quedan descartados los reclamos, las
ilusiones, las expectativas. No espere
nada, no porque no lo quieran o se lo merezca sino porque nadie tiene la
obligación de darle nada. Los hijos tienen derecho a crecer e irse. Tienen
derecho a “elegir” con quien pasar las fiestas. Donde pasar el 24 o el 31 no
puede convertirse en un asunto de vida o muerte. Y no se debe manipular con la
culpa o el chantaje afectivo (en lo que somos expertas las mamas). Es una
festividad que si se conecta con lo espiritual debe producir paz interior a
pesar del ajetreo exterior. Lo importante es aceptar que con las luces de Navidad no llega implícita la
reconciliación. Esa hay que construirla y no solo desearla.
Gloria H. @Revolturas

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