Uno de los problemas “más graves” que se enfrenta en
diciembre es encontrarse con la realidad de la familia “tal cual es” y no con
el ideal de familia “como debería ser”. El problema con nuestra cultura –o con
nuestras creencias- es que se especializa en idealizar personas, instituciones,
momentos o circunstancias. Creemos que existe lo perfecto dentro de la
condición humana y por lo tanto no somos capaces de abordar lo cotidiano con
una mirada crítica que permita su evolución. Diciembre es un mes álgido porque
rodeado de esa magia de alegría, entusiasmo y solidaridad que “vende” a
borbotones, nos golpea encontrar que la vida diaria se diferencia mucho de los
clichés que anuncia la propaganda.
Por eso en diciembre se corre el riesgo de vivir el síndrome
de “exceso de familia” algo así como un virus contagioso donde el sentimiento
de culpa está a flor de piel, “obligando” a perder la individualidad en aras de
complacer a otros. ¿Cuál es la Navidad perfecta? No la que “se debería vivir”
de acuerdo a la programación ideal, sino la que corresponde vivir con los pies
puestos en la tierra, con la realidad tal cual es sin necesidad de “decorarla”
de fantasías que luego golpean y lastiman. Siendo muy consciente de que así
desees una Navidad con unas características particulares de unión, armonía y
grupo familiar, sólo puedes responder por tu Navidad y no por la de las
personas que te rodean. Allí está la diferencia. Tu deseo de Navidad
“maravillosa” la debes esperar desde lo que eres y tienes. Nunca “manipulando”
la vida de los seres que te rodean a través de la culpa o la cara de tragedia
para que hagan lo que tú anhelas. Los demás no pueden ser marionetas para que
cumplan nuestro sueño. “¿Y si fuera el último diciembre que pasamos juntos?”. O
qué tal “¿no estarás con nosotros porque prefieres a los “extraños”?
El concepto de “masa familiar”, todos con todos, en las
buenas o en las malas, “con los tuyos con razón o sin ella”, es también una de
las creencias mas atropelladoras en Diciembre. O el reclamo materno “primero conociste
mamá que esposa”, para presionar a que las “nuevas” familias se “separen” en
una celebración que debería respetar deseos y emociones de cada individuo. En
ninguna otra época como en diciembre se siente el peso y trampa del síndrome de
exceso de familia donde se espera que el “todos con todos” mágicamente limpie
asperezas, diferencias y problemas. El chantaje afectivo y amoroso (¡) de la
familia está allí a flor de piel, haciendo invivibles el 24 o el 31. Qué rico
poder decidir con tranquilidad y distribuir las celebraciones, si es posible,
en varios días. Un 24 de diciembre puede ser un 21 o una comida o un almuerzo
pueden “turnar” opciones para estar en paz. El corre- corre absurdo de un
minuto en cada casa no hace sino estresar y no produce ningún buen efecto en el
ánimo de los participantes.
¿Y si se escogen a los amigos y no a la familia? Para muchos
es una traición, olvidando que los lazos afectivos del linaje no siempre son
los mejores y una fiesta de 24 o 31 no elimina los sinsabores o dificultades de
relación entre miembros de la familia. A todos los hijos no se los quiere por
igual, a veces son insoportables los “nuevos” miembros de la familia, o la
parentela de tíos o tías con los malos tragos, los malos chistes o la
tacañería. Un papá o una mamá humanos, que han fallado cuyos defectos no se
“limpian” por ser Navidad, son parte de la realidad. La familia no se vuelve
perfecta en diciembre. ¿Por qué no permitirse entonces “la libertad” de
elección y construir una Navidad auténtica y real, sin culpas o melodramas?
Gloria H. @revolturas

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