No es fácil explicarlo porque cuando las emociones se apoderan de
una persona, no existe la posibilidad de racionalizar la respuesta. Sólo es
visceral y desde las entrañas lo único que se permite es vibrar en esa emoción.
¿Quién piensa en ese momento? Aun cuando parezca inútil si existe una
explicación para esa sensación que enloquece y que te “saca” de ti mismo para
diluirte en un grupo que te invisibiliza como sujeto pero te da identidad como
grupo. Además, hay quienes lo necesitan para sobrevivir, para saber que existen,
no como persona sino como parte de un todo, de un grupo, de un clan. Ese nivel
de conciencia requiere “esa conexión”.
Los niveles de conciencia no se conocen porque no se enseñan. La
cultura occidental se centró en la mente intelectual como principal valor donde la inteligencia es la reina del paseo.
Ser inteligente significa ser capaz, poderosos, eficiente, saber desempeñarse
correctamente y obrar con justicia. Sin embargo siglos de historia, prueban que
la inteligencia “no lo es todo”. Existe un elemento (por llamarlo de alguna
manera) que engloba todo el comportamiento humano. Estamos hablando de Consciencia
pero de una conciencia que no es sinónimo de inteligencia. En lenguaje
sencillo, Consciencia es la capacidad de integrar los aspectos de un individuo
consigo mismo y con su entorno, “caer en la cuenta” de lo que se está viviendo
y ser coherente. La inteligencia forma parte de la Consciencia pero no es el
piloto del carro. La Consciencia es entonces lo que “amarra” el comportamiento,
lo integra y lo hace consciente y responsable de su desempeño.
Existen siete niveles de consciencia. El mas elemental es el de
sobrevivencia. Básico, arcaico su prioridad es sobrevivir. Ni siquiera existe un
otro afuera. Un yo totalmente egoísta domina este nivel: agua, alimento, sexo y
seguridad son básicos para la supervivencia que depende de hábitos e instintos.
Viene un segundo nivel denominado mágico animista cuyas características
principales son una radicalización extrema entre el bien y el mal. Los que
están conmigo son buenos, los otros son malos. Los espíritus malos hay que
conjurarlos. Se requieren hechizos y rituales. La tradición y los ancestros
cohesionan el grupo donde formar parte de éste, es mas importante que existir
como individuo. Bueno, qué pena, aquí en este nivel clasifican las barras de
los equipos deportivos, donde la “tribu”, el clan, la horda, protege, ampara,
da identidad. Es la “familia sustituta”. Es aquello que te da nombre porque
pareciera que te sientes disperso, no sientes una conexión con nada interno o
externo y el equipo aporta víncularidad. Los de mi equipo son “los buenos”.
Cualquier otro color de camiseta es “enemiga”, se vuelve una amenaza para la
fragilidad de mi identidad. Se requiere la “protección” del grupo, del color,
de los símbolos (barra, nombre, cantos, hechizos) que protegen de la amenaza
externa. Vibrar de una manera fanática por cualquier grupo u organización,
donde sólo obedeces o sigues instrucciones, es visceral y necesario. Pertenece
al nivel mágico animista de Consciencia. El grupo te maneja y te domina. No soy
yo, somos nosotros. Existen mas niveles de Consciencia, lo importante es
señalar dónde se engarza el fanatismo deportivo representado por el futbol que
enloquece.
Gloria H. @revolturas

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