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Colombia! En ningún espacio del territorio nacional la mujer la tiene fácil. En
cada uno de los diferentes escenarios donde las mujeres debemos desenvolvernos,
está la mano masculina apretando, aplastando, discriminando. Mostrando su poder
para poder seguir considerándose los reyes. La revista Semana trae un informe
espeluznante donde prueba cómo, de manera sutil, las mujeres están recibiendo
todo el peso de la cultura patriarcal. Los lugares más emblemáticos del poder
son los que menos aflojan: la Iglesia, la política y el mundo laboral. Y ni qué
decir del mundo familiar. Allí, en las relaciones entre hombres y mujeres, el
poder masculino argumentando celos o posesividad, considera que la mujer es un
objeto cuyo dueño puede manejarla a su antojo.
Parece un disco rayado pero el tan anhelado
cambio no llega. Hay quienes se cansan de la “cantaleta feminista” pero por
todo lado se da la discriminación. En mentes brillantes y en mentes elementales.
Por ejemplo, ¿quién me enumera a cuántos comunicadores hombres tiene demandado
el exalcalde Ospina? ¿Quién hace la cuenta? No, qué coincidencia, a ninguno.
Solo a una, y es mujer, pero eso deben ser inventos de quienes quieren hacerse
las víctimas mientras las pruebas son contundentes y los números no se
equivocan. ¡Qué coincidencia! Que viva el mundo patriarcal. Se da a la vista de
todos pero nadie se atreve a mostrar cómo se construye la discriminación y la
amenaza. Porque de una mujer se puede abusar o estigmatizar o amedrentar.
Quienes se atreven a señalar el atropello son resentidas o victimizadas pero
nunca se valora que son mujeres que muestran la contundencia del ataque. “Será
que se dejan” o “será que los provocan” o peor aún “será que se lo merecen”.
Una forma olímpica de cómo la cultura se lava las manos y se hace de la vista
gorda. Con complicidad nacional.
Pero no puede continuar igual. No pueden
repetirse los mismos patrones del siglo XX y mucho menos los del siglo XIX. El
mundo cambia, en todos los aspectos y la mujer del siglo XXI no puede ser igual
a las anteriores. Es decir, usted, yo, su hija, sus amigas, las conocidas, no
pueden repetir formas de comportamiento aprendidos en creencias de siglos
pasados. Hay que atreverse a cambiar. Hay que ser capaces de romper el esquema
copiado para re-aprender nuevas formas de vida. La razón más elemental para
estar obligadas a asumir el cambio es que el mundo donde esas creencias
nacieron y se multiplicaron, ese mundo, ya no existe. Y las mujeres tenemos el
compromiso, primero con nosotras mismas y luego con la historia, de asumir el
reto de construir una nueva actitud de mujer.
Los hombres se resisten. No quieren aceptarlo.
Son los que ponen “palos a la carreta”, es el mundo masculino el que se opone a
que esta mujer sea independiente, definida y segura de si misma. Ellos están
asustados y cuando se les terminan los “posibles” argumentos de dominación, no
quedan sino el atropello, la violencia o el golpe. Intimidar, asustar,
chantajear. El mundo requiere nuevas mujeres. Mujeres seguras, autónomas,
independientes. Mujeres que puedan medir su fuerza interior de mujeres, capaces de
enfrentar las diferentes situaciones de la vida. Mujeres que pueden vivenciar
que la dependencia y el apego son enfermedades que paralizan y destruyen. Pero
el Estado por un lado “patrocina” leyes y reglamentaciones pero por el otro
lado obstruye. No hay mirada de equidad en nuestra cultura. De allí que sea tan
difícil que el cambio pueda darse y ante los ojos “públicos” todo el tiempo se
producen los atropellos. Ahora mismo, muy seguramente un hombre está abusando
de una mujer. ¿Se dio cuenta?
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