Uno de los problemas
más graves que enfrentan las personas el 24 de Diciembre es el “síndrome de
exceso de familia”. Algo así como un virus o una epidemia contagiosísima donde
el sentimiento de culpa está a flor de piel. Y para rematar, esta culpa se mezcla
con un concepto contenido en una frase tenebrosa: “¿y si fuera el último
diciembre que pasamos juntos?”. Claro el coctel molotov de emociones no se hace
esperar y el 24 o el 31 se convierten así en los días más trágicos del
calendario. ¿Dizque días de felicidad, paz y armonía? ¡Quien dijo! si lo que se
enfrenta es un sube y baja de sentimientos que pueden dinamitar la salud mental
de cualquiera. Hasta el punto de que muchos logran sentir (y desear) que estas fechas
definitivamente se debieran eliminar. Para vivir semejante revuelto emocional
más vale dormirse y hacer de cuenta que es 4 de Marzo...
Por un lado la culpa,
atizada a veces por la propia familia con su reclamo chantajista y silencioso
(con cara de tragedia incluída) ¿no estarás con nosotros?, ¿prefieres a los
“extraños”?, ¿y si es el último diciembre de la abuela? O la programación
interior reforzada a través de “toda la vida” donde nos han inculcado el
concepto de “masa familiar”, todos con todos, en las buenas o en las malas,
“con los tuyos con razón o sin ella” donde no es posible separarse sanamente de
la familia y construir lazos afectivos con otros (sin que lo anterior
signifique no querer el nido que nos vió nacer) porque querer a “los que no son
de tu sangre” es una traición al linaje familiar. O que tal el reclamo materno
“primero conociste mamá que esposa”, para presionar a que las “nuevas” familias
se “separen” en una celebración que debería respetar deseos y emociones de cada
individuo. En ninguna otra época como en Diciembre se siente el peso y trampa
del síndrome de exceso de familia donde se espera que el “todos con todos”
mágicamente limpie asperezas, diferencias y problemas. En fin, el chantaje
afectivo y amoroso (¡) de la familia está allí a flor de piel, haciendo
invivibles el 24 o el 31. Qué rico que se pueda decidir con tranquilidad y
distribuir las celebraciones en varios días. Un 24 de Diciembre puede ser un 21
o una comida o un almuerzo pueden “turnar” opciones para estar en paz. El
corre- corre absurdo de un minuto en cada casa no hace sino estresar y no
produce ningún buen efecto en el ánimo de los participantes.
¿Y si se escogen a
los amigos y no a la familia? Para muchos es una verdadera traición, olvidando
que los lazos afectivos del linaje no siempre son los mejores y una fiesta de
24 o 31 no elimina los sinsabores o dificultades de relación entre miembros de
la familia. Es escandaloso para muchos (pero psicológicamente válido) que a
todos los hijos no se los quiere por igual, que existen preferencias, que a
veces son insoportables los “nuevos” miembros de la familia, o que la parentela
de tíos o tías con los malos tragos, los malos chistes o la tacañería son
irresistibles. O los recuerdos de un padre o de una madre irresponsables o
descuidados impiden que la celebración sea una “noche de paz”. ¿Por qué no
permitir entonces “la libertad” de elección? Ojalá entonces la familia “no
pese”. Ojalá pueda decidir en forma libre y tranquila, sintiendo que los
verdaderos lazos afectivos son los que más libertad dan, los que más respetan
criterios y los que menos esperan de los otros. Feliz Navidad en cualquier
espacio donde decida estar.