Lo mismo. Las mismas luces, el mismo decorado,
el mismo ajetreo. El mismo árbol, igual pesebre, igual lista de regalos. Lo
mismo. Papa Noel se parece al de antes, el carrusel tiene igual música, los
villancicos se repiten y la novena se vuelve “lección aprendida”. Y por más que
exista una necesidad compulsiva de renovar, de cambiar, termina siendo lo
mismo. Podrías repetir el video del año pasado y el del anterior y el de hace 5
años y el escenario sería igual. Sí, tú con alguna que otra cana, alguna que
otra arruga. Algunos de los “actores” ya no están como también puede que hayan
llegados otros. Con ilusiones, con la capacidad de sorprenderse, deseosos de
vivir. Pero es lo mismo. Es cuando compruebas que fueron 12 meses, 365 días,
pero los cambios fueron imperceptibles, muy pocos. Como si hubiera sido un
instante ¿el tiempo existe? Porque lo de hoy es lo mismo de ayer y de antier y
del año pasado y...
La necesidad angustiosa del comercio por aumentar
los colores, crear nuevos muñecos, modificar las cintas y el papel, crear
nuevas necesidades tecnológicas, con la falsa ilusión de que con morado en vez
de rojo, el asunto sería distinto y los compradores lo verían distinto porque
lo sentirían distinto. Es lo que se creen y es lo que quieren que creamos. Ya
no hay ángeles pero si existen duendes. Ya no hay campanas pero fueron reemplazadas por hadas. Los moños son más
grandes (o más pequeños) y las guirnaldas ya no tienen hojas verdes sino
blancas. ¿O serán azules? Hay que cambiar, es vital renovar, gastar, creerse la
falsa ilusión de que en el decorado está la importancia. El tiempo entre
Navidad y Navidad cada vez se acorta más y pareciera que repetimos la película
del año pasado. En el colegio decían que si la lección no se aprende hay que
repetirla. ¿Qué es lo que no hicimos bien para volver a repetir lo mismo?
Adentro o afuera, allí está el asunto. Afuera es
lo mismo porque lo material sólo es un distractor, algo que embolata y
entretiene. Lo de afuera es la misma película. Pero, hay un adentro, hay un
interior, que paradójicamente también podría identificarse con quietud. Pero
esa quietud es diferente, está vacía de expectativas. Allí, en el interior, no
hay desilusión ni hastío porque no esperas nada. Tu conciencia te permite tener
claridad sobre qué es lo importante. Allí solo hay presente, allí solo te
sientes contigo mismo. Puedes ver la misma película exterior de años anteriores
pero no hay cuestionamiento porque sabes que en el decorado se vive lo
superfluo. En el interior hay paz, hay comprensión, hay compasión. En el
interior “nada importa” pero no por descache sino por la conciencia de que hay
que vivir en el mundo material, pero allí no está nuestra esencia. Nada de ese
“escenario externo” puede desgastar hasta hacernos perder el sentido de por qué
estamos aquí. Es como un huracán: afuera está el despelote, en el interior está
“el ojo” del huracán, el lugar donde menos ruido o desorden existe. La quietud
interior no es igual a la repetición de afuera. La quietud interior tiene
movimiento y está vacía (qué paradoja). Solo “es”. Tan difícil de
describir…pero si te engarzas en el afuera, si te quedas en la misma película,
no podrás (de pronto) sentir que adentro, aunque todo es igual, también todo es
diferente porque el que se mueve en lo atemporal eres tú. Cada vez con más
conciencia y menos necesidades… ¿no lo entiendes? Compara entonces el ruido y
monotonía de afuera con el silencio y la paz de adentro. Entenderás de qué se
trata.
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