Soy consciente de que mi comentario,
hoy, va a generar roncha. No es fácil “tocar” ciertas instituciones culturales
porque atreverse a revisarlas produce miedo. Y angustia. Que le muevan a uno el andamio donde se para
no es tarea agradable. Sin embargo la necesidad de entregar una información que
ayude a construir mejores seres humanos, donde cada quién pueda ocupar el lugar
que le corresponde, dentro de la estructura familiar, es un compromiso ético
que asumo con claridad. Estamos “amarrados” al alma familiar y su pasado
condiciona nuestra vida. El lugar que cada quien ocupe en esa estructura es
definitivo en la construcción de la personalidad. La familia es la plataforma
de nuestras desgracias o de nuestros logros. De allí que en la familia se gesta
nuestro futuro...
Los medios de Comunicación han
celebrado (y con razón) la liberación de Sigifredo López. Cada uno a su manera
intentó enfocarlo con originalidad tratando de tocar las fibras sensibles ante
el despropósito de la acusación. Con excepción de El País, los medios enfocan a
Sigifredo como el hijo de doña Nelly. La madre al lado del hijo. Ella, como
toda su familia, debió preocuparse y sufrir en silencio toda la angustia
inimaginable ante la injusticia. Pero...
Cuando los seres humanos crecemos,
dejamos de ser hijos. Pasamos a ocupar otros roles: o somos compañeros y
compañeras o somos padres o madres. Ya no somos hijos no porque nuestros
afectos hacia nuestros padres desaparezcan, sino porque el lugar primordial
debe estar al lado de la pareja que escogimos. Si seguimos siendo
prioritariamente hijo o hijas, no podremos construir familia y no existirá el
linaje que perpetúe la especie. Seríamos entonces “niños grandes” dependientes
de nuestra madre mientras nos “entretenemos” con nuestra pareja, lo que es un
absurdo. Nadie puede sentarse en dos sillas a la vez. Y no en vano, la biblia
dice “dejarás a tu padre y a tu madre...” no sólo en el terreno físico, sino, y
he allí el asunto, en el terreno simbólico para que el compañero o compañera,
se convierta en la prioridad de nuestra vida. Esta “escogencia” es vital en la
construcción de familias más sanas y armónicas. La famosa frase materna
“primero conociste máma que esposa” es una lápida para las relaciones de
pareja. Y todas las mamás deberíamos tener esta claridad de dar un paso al
costado, para aceptar y dejar que nuestros hijos construyan su propia vida sin
inmiscuirnos y querer “manipular” sus vidas, claro “por el bien de ellos”.
Ni al hijo ni a la madre les conviene
esa dependencia. Hay que crecer, amar y “soltarse”. La madre debe tener una
actividad diferente de “criar hijos” o dedicarse totalmente a ellos. (Los papás
generalmente han tenido vida propia independiente). Si la mujer se dedica al
hijo, lo “atrapa” con su afecto. Y así el cuerpo crezca, su mundo interior
seguirá apegado a su mamacita del alma y la pareja llega de “segunda”, ocupando
un lugar equivocado en la formación de la nueva familia. El mundo hoy está
plagado de historias de hombres y mujeres que no “logran” construir pareja
estable por la intromisión de las familias políticas, en especial de la madre.
El caso de Sigifredo es una buena
justificación para revisar cómo son nuestras creencias y cómo la cultura
perpetúa estructuras enfermizas. Los medios generan cambios pero también
“anclan” creencias que nuevos enfoques científicos han revaluado. Es hora de
revisar, discutir y actualizarse. Si sólo hay cupo para una sola, ¿cuál debe
ocupar la silla: la esposa o la madre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario