Cuando una mujer se separa, dolida por la situación donde presume que su marido la dejó por otra, espera que su ex viva un proceso de castración puesto que le queda “prohibido” salir con la otra y sus hijos. La amante (o la moza) no puede compartir con los hijos de su nuevo amor, no se puede acercar a ellos, no los puede querer (así sea por interés) y menos aún tratarlos bien. Llena de ira, la ex esposa chantajea, determina y da órdenes después de la separación. Y lo que es peor, Bienestar Familiar, avala esta clase de chantaje. En mas de un caso, el Instituto determina que si el hombre quiere ver a sus hijos, no puede salir con “la otra” puesto que traumatiza a sus hijos. La histeria de la exesposa, llena de ira y celosa, logra convencer de que “sus hijos están traumatizados” y exige que el marido no vea a sus propios hijos acompañado de nadie.
Las historias son de nunca acabar. Mujeres enfurecidas que no dudan en chocar el carro contra el de “la otra” o esposas dolidas transmitiendo a sus hijos todo el desgarramiento de su separación y culpando a la amante de su desgracia. Mujeres que le ponen precio y condiciones al derecho de sus hijos de tener papá. Se olvida que los problemas son entre el hombre y la mujer y los hijos no debieran estar involucrados. Pero claro, es mejor hacer gavilla y hablar en plural, del abandono en que su papa “nos dejo” o como esa bruja “nos quitó a papito”. Sorprende cómo Bienestar no escucha a los hombres, cómo no tiene en cuenta sus historias. Muchas de estas esposas dolidas son mujeres fuertes, de por sí castradoras y cuando el hombre intenta respirar, se vienen con todo. Un matrimonio no lo acaba un tercero: si la pareja tiene unas bases sólidas no se termina porque exista alguien que está tentando. Echarle la culpa a lo de afuera es una manera astuta de evadir responsabilidades y no quererse revisar. El otro o la otra, terminan siendo “accidentes”, disparadores de situaciones que ya existen. Y que al exesposo se le pongan condiciones con el chantaje de los hijos es “utilizar” a los hijos como arma de presión.
Una separación no tiene porque traumatizar a un niño o una niña siempre y cuando se sepa manejar. Separar no es destruir. De nada sirve la “falsa felicidad” de una familia asentada sobre el aburrimiento o desamor de sus padres. ¿Dónde queda la energía que se transmite en hogares “falsos”? ¿Bienestar cree que los niños o las niñas no captan lo que sucede? Una cosa es cambiar de pareja cada semana pero una relación mas o menos estable después de la separación no tiene que ser un cataclismo siempre y cuando la exesposa no vivencie explosiones o histerias o prohibiciones. Si la exmujer (avalada por Bienestar) prohíbe a su exesposo rehacer su vida con sus hijos y la otra, es una manera de pasar revancha y respirar por la herida. ¿Acaso ese odio no es mas dañino que trabajar procesos de sanación y restauración personales?
La combinación amante e hijos e hijas es explosiva porque no existe un orden que coloque cada persona en su lugar. La sentencia bíblica “para toda la vida” puede generar el convencimiento de que no hay necesidad de cuidar lo que se tiene: al fin y al cabo es “para toda la vida”. Y entonces, llegada la separación, la mujer espera que “por los hijos” él “se castre” emocional y sexualmente. También sucede con el mundo masculino pero desafortunadamente estas son historias de mujeres celosas que no saben perder.
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