Si consideramos que Chávez y Correa son unos monstruos porque no “ven” y no razonan, porque son injustos, porque son viscerales, movidos por el odio que como “patriotas” podemos tenerles, no caemos en cuenta que somos igualiticos a ellos, sus hermanos de sentimiento, cuando los odiamos a ellos. Definitivamente el odio nos iguala… porque el odio no tiene escalas. Simplemente ES en toda su dimensión. Y aun que puede tener un preescolar que es la rabia, cuando se llega a odiar, allí sí el grado es “suma cum lauden”. El odio elimina las diferencias. Es el sentimiento más democrático de cuantos existen. Cuando lo sentimos, cuando nos hierve la sangre, somos iguales a cualquier otro individuo en el planeta en iguales circunstancias. No importa ser católico o ateo. No interesa si usted es uribista o anti. No se tienen en cuenta tampoco posiciones filosóficas: usted puede creer en la dualidad y el otro ser partidario de la unicidad. Nada interesa: el odio iguala, elimina criterios. Para el odio no existen razones políticas porque cuando se odia, igual se comportan un chavista que un uribista. Ni qué decir de contradicciones o incoherencias. Hemos podido abominar de Hitler pero cuando odiamos, cuando consideramos que “alguien” debe desaparecer de la faz de la tierra, nuestro comportamiento es igualitico al de él: el odio nos carcome. Sólo que puede que no tengamos tanto poder para destruir. Pero si quiere conocer la dimensión de su odio, imagine al ser odiado y considere que usted es igualitico cuando odia.
El odio elimina las diferencias sociales: rico o pobre, ilustrado o analfabeta, el odio no necesita escuela ni aprendizaje: sólo se siente, invade, se apodera de todo y busca un objetivo. Además, qué paradoja, produce las mismas reacciones físicas en todos los individuos. Como estudiantes de actuación: las manos se aprietan, se contraen, en señal de impotencia, vocifera, frunce el ceño, se mueve y todo su cuerpo destila odio. Porque este sentimiento no se ubica en un solo lugar físico. En toda la epidermis se siente, se respira, se transpira odio…Cuando odiamos, entonces, nos igualamos. Allí estamos ante el mismo partidor, sintiendo lo mismo. Podría decirse que el odio es más primario, más elemental, menos planeado o razonado. Por eso se habla de “odio visceral” porque está en las vísceras, en las entrañas. El odio enceguece: se te acaban la inteligencia, las buenas maneras, los criterios o elementos de juicio. El odio nos conecta con lo más arcaico de la condición humana. El que odia no sabe perder, no se sabe humano, puede considerarse caníbal (recordar a Julio Navas), y es capaz de cualquier cosa movido por esa emoción. El que odia no tiene miedo al riesgo, desconoce el peligro, porque ni la posibilidad de la muerte lo detiene: sólo odia, esta poseído, como un “poseso” y lo único que puede hacer es sentir y vibrar en ese orden energético. El odio es una fuerza bruta que cambia la capacidad del cuerpo porque un ser “enceguecido” de rabia alcanza muchísima más fuerza y destruye objetos que en “sano juicio” sería incapaz de realizar. Para el odio no existen profesionales con títulos y maestrías ni interesa en qué Universidad te “ilustraron”. El odio está allí y necesita ser reconocido para poderlo manejar. Que significa aceptarlo como sentimiento propio, porque ni somos dios, ni tenemos la razón. Sólo somos seres humanos haciendo una travesía hacia la divinidad.
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