La separación de Paula Andrea Betancourt y su esposo se ha ventilado en periódicos y revistas y sobre el tema han opinado algunos columnistas. Es, entonces, un tema público. Me ha llamado la atención un enfoque donde se explica que el exmarido de la reina hizo el papel de “amo de casa” y por lo tanto esto no puede ser justificación para que Paula Andrea argumente que “estaba agotada, que se sentía sola, sin apoyo, desempeñando todos los roles del hogar: madre y sostén de su casa”. Muchos hombres aceptan que sus esposas se convierten en amas de casa y no se quejan por este comportamiento de su pareja. Entonces, si se quiere hablar de igualdad, si las mujeres están trabajando por la equidad no pueden ser sólo derechos y no deberes. ¿Por qué quejarse de que un marido se vuelva “amo” de casa? ¿Por qué perderle admiración a un hombre porque se quede en casa mientras su mujer lo sostiene? ¿Acaso no sucede esto con la mujer cuando es mantenida por el marido?
Hay que hilar despacio. Cuando en una relación tradicional hombre y mujer aceptan que la esposa se quede en casa, se parte de la base de un acuerdo. La esposa en casa asume su compromiso y renuncia a determinados elementos para conseguir otros. O no está preparada (y el esposo lo sabe) o cuida los hijos (y el esposo lo acepta) o renuncia a su profesión para educar sus hijos (y el esposo lo agradece con creces). Pero cuando la mujer trabaja (y le va bien económicamente) y el hombre “decide” quedarse en casa por lo general no lo hace por mutuo acuerdo sino porque se vuelve cómodo, porque ya no encuentra un puesto “acorde” con su preparación, porque se convierte en “atenido” que quiere que lo mantengan. Es cuando empieza a “chupar rueda” de los éxitos de su mujer y es allí donde se rompe la magia. Lo que debió suceder en el matrimonio Villegas- Betancurt. Difícilmente en nuestra cultura una pareja parte de la decisión de que la esposa le diga a su marido: “quédate en casa yo te mantengo”. El empuje de un hombre ante la vida (su trabajo, su profesión, sus ganas de salir adelante) son elementos que hacen que una mujer lo admire y contribuyen a su decisión de ser su compañera. Pero si este hombre se decide por una actitud pasiva, cómoda, atenida, –ipso facto- la mujer deja de maravillarse de quien escogió como compañero de su vida. Este hombre sin trabajo externo, convertido en “amo de casa” no es para admirar sino por el contrario para reprochar. ¿Qué se hizo el hombre con el cual me casé? ¿Dónde está el luchador, el empujador? Este hombre con esta actitud pasiva es lo que se llama en el argot popular “un vividor” que duerme en casa mientras su mujer camella por salir adelante. Y que a ella le vaya bien no es argumento para que él se quede quieto. La pérdida de su capacidad de luchador por la vida tiene el efecto de “vidrio molido” en la admiración que su compañera le puede profesar. Y no podemos olvidar que la admiración es la llave con la que se abren las puertas al amor.Un hombre o una mujer pueden ser amo u ama de casa siempre y cuando sea de mutuo acuerdo o convenido por circunstancias extremas. Pero no puede ser una decisión nacida de la comodidad o de la suficiencia de “no encuentro puesto acorde con mis capacidades”, apoyado en la realidad de que ya existe quien aporta el dinero a casa. He allí la diferencia entre compartir y “acomodarse” o entre admirar y hartarse
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