Como en tantos otros momentos de mi vida, no conozco la respuesta.
No se que es lo correcto, o mejor lo adecuado. Son las circunstancias las que
te colocan en una disyuntiva donde ambos lados tienen la razón y ambos bandos pueden
estar equivocados. En perspectiva real, la vida es (debe ser) lo prioritario. Sin
vida no hay nada, sin vida solo existe el vacío, la muerte. Si no existen seres
humanos, ¿quién podría admirar Notre Dame? ¿Qué simbología se trasmite cuando
no hay vida? ¿Cómo hablar de trascendencia si no existimos siquiera para
intentar comprenderlo?
De allí que los 700 millones de euros para la reconstrucción de la
catedral de Notre Dame hayan producido sentimientos encontrados. Qué maravilla,
Francia “se tocó” puede ser la reacción básica inicial. Hay una causa común que
los une y van a luchar por ella, por reconstruir su símbolo, “su” catedral.
Pero, al instante surgen las imágenes del hambre en el resto del mundo.
Desnutrición, vulnerabilidad, abandono, desprecio. Son inmigrantes, o
excluídos, o “brutos” o ignorantes, que no merecen lo mismo que los de países
que tienen dinero hasta para cuidar símbolos. A los otros solo les alcanza para
sobrevivir, si acaso… Culpa de los gobiernos, de sus padres, de las ideologías,
de las religiones, de “todos a una como Fuenteovejuna”. Las desigualdades del mundo son infinitas.
Hasta en una misma familia. ¿Cómo combatirla? ¿Cómo volvernos mas humanos?
¿Cómo sentir al otro hermano si ni siquiera aceptamos su color de piel? Es allí
donde golpea “lo fácil” que fue conseguir tanto dinero para rescatar un
símbolo. Bastaron 24 horas… Pareciera entonces que el dolor humano se ha vuelto
paisaje. Es seguro que ese dinero que sumó “tan fácil” jamás habría salido para
la causa humanitaria, jamás. No valía la pena. El paisaje de la pobreza no
conmueve…
No se puede hablar de igualdad humana porque es una utopía.
Además, aquello que mas nos enriquece (y que tanto arde), es la diferencia. Un
niño o una niña deberían “entrar” al mundo con un mínimo de seguridades
“aseguradas” pero si el hombre y la mujer que los engendran ni siquiera saben
para qué existen ¿por qué esperar que el Estado sea papá de todos? ¿O será
acaso que el Estado debe ser el papá de todas las desigualdades? Y entonces
surge la única pregunta que puede aportar una respuesta: ¿cómo estamos
educando? ¿para qué educamos? ¿Por qué es la competencia y no la solidaridad la
que alimenta el sistema educativo? ¿Qué hace un niño o una niña 10 años en una
institución si cuando termina no tiene cosidos a sus entrañas la solidaridad,
el respeto por la diferencia, la gratitud, la colaboración? Diez años se gastan
y parecieran perdidos… La educación no hace seres mas humanos sino mas
competitivos. Entonces, el hambre se
volvió paisaje y recuperar la Catedral es el dolor que conmueve. Los niños
pueden seguir muriéndose de hambre porque “son tantos” que no alcanza para
superar el drama. Y hasta la famosa ley de la “selección” evolutiva, donde
muchos mueren para quedar los mejores, sigue alimentando la cosmovisión actual. Son “montones”, invisibles, masas de
hambrientos y nada alcanza. Además, en redes increpan qué hace usted por los
pobres como si plantear la sola reflexión fuera ofensivo. De pronto me
equivoqué, hay que seguir aportando para Notre Dame.
Gloria H. @Revolturas

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