Hay una determinación legal que exige que cuando un psicólogo
escucha en la privacidad de su consulta una historia de abuso, debe
denunciarlo, pasando por encima del principio de confidencialidad. Tiene una responsabilidad social por la que
debe responder. No puede optar por el silencio cuando una información se
considere peligrosa, enfermiza o destructiva. A su vez, cuando una persona da
declaraciones públicas sobre su vida privada significa que al exponer su
intimidad, acepta que el colectivo intervenga, interprete, aplauda, juzgue su
actuar. Es como si estuviera esperando aprobación… lo que no siempre sucede.
Con las dos premisas anteriores quiero referirme a las declaraciones
dadas por Luis Alonso Colmenares –contador público con seis especializaciones y
dos maestrías- respecto a la manera cómo su familia está manejando el duelo de
su hijo Luis Andrés. Independientemente del sabor a retaliación que guardan sus
palabras “siento que traicioné mi idiosincrasia. En Villanueva (Guajira) al día
siguiente eso hubiera quedado resuelto, ojo por ojo y diente por diente, usted
me quitó un hijo y yo le quito uno”, se percibe una conducta totalmente
patológica en el manejo de la muerte. Sí, está en todo su derecho, cada quién elige
desde su conocimiento o ignorancia, cómo enfrentar la vida. ¡Y la muerte! No
tenemos por qué saberlo todo: buscar ayuda especial no es una humillación, por
el contrario, es salud mental. En el caso Colmenares no podría sorprender si
mas adelante “brota” un cáncer en algún miembro de esta familia. Ellos
decidieron quedarse congelados en un pasado que no les permite afrontar la vida
y el futuro. “Diciembre es terrible para nosotros. No he sido capaz. No lo he
superado. Ninguno en la casa lo ha hecho”.
La información que trae el reportaje dice: “La mamá sigue
cocinando las cosas que le gustaban a su hijo. Y su habitación, seis años
después de su muerte, sigue intacta. Tal como la dejó antes de salir a la
fiesta de Halloween. Su mamá ha querido mantener las cosas de su hijo, su cama,
su ropa, sus medallas, sus reconocimientos porque piensa que de esta manera el
tiene un puerto aquí, en este lado del mundo. Ella no ha dejado de comunicarse
con su hijo, según Luis Alonso. Y los tres lo sienten. Lo oyen. Lo huelen. En
la casa se perciben movimientos, puertas que se abren, que se cierran, en los
rincones donde él solía estar. Entonces dicen: ese es Luis. Muchas veces uno le
tiene que pedir ya, Luis, déjanos dormir y mañana hablamos, Porque es así, es
así, dice su papá”.
En Psicología esta actitud puede clasificarse como un duelo
congelado, un duelo no enfrentado. La muerte no es un castigo. Un tío, hermano
del papá, fue asesinado de niño y allí podría encontrarse la raíz del drama no
resuelto, una lealtad que hay que soltar. La Constelación Familiar ayudaría.
Pero mezcla de obsesión con rabia y dolor, el duelo está intacto. No es solo su
familia la que sufre, el espíritu de Luis Andrés tampoco tiene paz ni ha
logrado desprenderse de este mundo. ¿Alma en pena? “No, no ha descansado en paz, se dolía de las
injusticias. Y tiene que vivir mortificado” dice su padre. Como si a un
espíritu que ha trascendido le “interesara” la venganza o aplicar la justicia
humana. ¿Quién los contacta con la Dra Elsa Lucía Arango?
Gloria H. @Revolturas

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