Para llegar a mi consultorio en un tercer piso
hay que tomar un ascensor. Es pequeño y creo que de “antigua” generación. Por
lo mismo hay que “cuidarlo”, hacerle mantenimiento y sobre todo vigilar que no
exceda el peso permitido. Por eso están prohibidas las carretas o las cargas
pesadas, fácilmente deducibles a primera vista. Pero si se presentara un
intento de “violación” de esta medida ipso facto el ascensor se bloquea y no
hay manera de que funcione (excelente determinación de la administración del
edificio).
Los otros pisos, incluídos los sótanos de
parqueaderos, tienen posibilidades de desplazamiento con otro ascensor y con escaleras
eléctricas. Pero al tercer piso sólo llega
este “transporte”. Además, para asegurar su cuidado y mantenimiento hay un letrero “máximo
6 personas”, recalcando precisamente el perjuicio del exceso de carga. Pero aquí si la norma, como dicen los muchachos
“vale huevo”. Pareciera que algunos de los usuarios de este ascensor no
supieran leer o se creyeran espíritus o almas en pena porque pueden subirse
hasta 8 o 10 personas sin importarles ni medir las consecuencias de su peso. Claro,
sus kilos dañan los resortes, hay que cerrarlo por algunas horas (y hasta días)
y los únicos perjudicados somos los permanentes usuarios del tercer piso.
Y aquí viene la razón de mi comentario. Sorpréndase, la gran mayoría de veces que se
viola la prescripción de “máximo 6 personas” son hombres, sí varones, a los que
les importa un higo si el aparato se daña o no, con tal de no bajarse cuando se
les hace el requerimento. Su “hombría” no resiste “tamaña” humillación. Y ni
que decir las estupideces de respuestas que dan para justificar la violación de
una regla tan elemental. “Yo no peso”, “eso está mal calculado”, “¿por qué? que
se baje otro”, “y como dejo a mi hijo solo”, en fin. No sé que es mas
denigrante si “su dignidad herida de macho” o las imbecilidades de respuestas que
se dan para hacer lo que les da la gana. No me ha tocado, nunca, una mujer que
rechace la recomendación. Pero los señores, de cualquier tamaño, color o
condición, se resisten, patalean, reclaman, miran feo, se ponen bravos pero ¡no
se bajan! Me he ganado unos buenos
madrazos (para lo que me importa) pero
los varones “hacen la ley” a su amaño. No sé si la educación servil que hemos
recibido las mujeres a través de miles de años de cultura patriarcal dominante
nos haga cumplidoras de la norma, pero ante la ley la mujer la acata, el hombre
la desafía y se la pasa por encima.
Si, no serán todas las mujeres respetuosas ni
todos los hombres irrespetuosos, pero el perfil o las estadísticas o el común
denominador, marca una tendencia donde el hombre no acepta fácilmente que se le
llame la atención para corregir una conducta inadecuada. En algo tan sencillo
como bajarse de un ascensor porque hay sobrecupo se marca su tendencia al
desafío. Por eso reta a la policía cuando está con tragos. Por eso desafía a la
autoridad cuando alguien le llama la atención. Educado para ser “rey” se está
encontrando con una dura realidad (para él) donde existe otra u otros iguales,
con derecho a reclamarle, a exigirle y a comprometerlo con una responsabilidad
social. Se le acabo el reinado de la imposición, del sometimiento. Ya no hay
que obedecer sus designios. Antes nadie “osaba” hablarle a ese hombre
patriarcal y reclamarle una igualdad. Hoy, cada día más, se está quedando sin
argumentos para imponer su voluntad de allí sus excesos de rabia o violencia.
Pero o acepta que el mundo cambió o…
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