En Cali, manejar carro se ha convertido en el
equivalente de “cuidador de motos”. Basta con que usted esté al timón de un
vehículo de 4 ruedas e intente desplazarse a cualquier lugar, cuando ipso facto
la vida le adjudica “la misión” de cuidar motociclistas. Pero no uno ni dos,
no. Fácilmente su tarea de “misionero de motos” puede implicar un número aproximado
de 60 por trayecto. Y si hace el recorrido varias veces al día, no importa la
distancia, usted puede acumular en una jornada, 300 o 400 motos que “ha
salvado”. O protegido. O cuidado. No importa la palabra para designar nuestra
nueva misión: ¡cuidadores de motos!
¿Qué estoy diciendo? ¡Es un exabrupto! Lo que
tendría que escribir es que cuidamos VIDAS, cuidamos seres al volante de un
vehículo, seres que consideran que un espacio libre en la calle, es un lugar
susceptible de ser ocupado. Entonces no importa si está a la derecha o a la
izquierda, arriba o abajo. Nada interesa: espacio vacío equivale a opción de
invasión. El espacio libre es tan atractivo como la miel para las moscas. Por todo lado fluyen, se desparraman, se
atraviesan, se cuelan, con tal de ocupar el vacío. Usted, chofer de vehículo,
tiene la misión de cuidar, de acomodarse, de arrinconarse, de ceder el paso, el
espacio y la vía. Ni se le ocurra darse ínfulas de poder (vehículo más grande)
o argumentar respeto por las normas o “equilibrio de desplazamiento”. Nada de
eso. Manejar carro implica un compromiso, un deber, como quien debe pagar una
sanción por tener la osadía de tener auto. Ningún otro escenario es tan
propicio para la diferencia social como la calle, cuando se encuentran una moto
y un carro. Al del auto, la moto “le cobra” la audacia de haberse atrevido a
conseguir vehículo de 4 llantas, mientras el de 2 “apenas” está en ascenso. Entonces,
promoviendo “sentimientos de culpa” por ser mas grande, las motos se cuelan por
donde les da la gana. ¡Y hacen lo que les da la gana! Son conscientes de que
los carros los tienen que cuidar so pena de meterse en líos. Usted, carro,
tiene la responsabilidad de cuidarlas. Atrévase a desafiar este “principio” y
termina “pagando” el descuido de la moto con su ocupante en el suelo y usted acusado
de atropellarlo. Por eso, su misión al volante de un carro es “cuidar motos”. Tiene la tarea de estar atento para ellos
porque no hay tiempo para cuidarse a usted mismo. Cada metro que su vehículo
ruede, su obligación es vigilar y proteger motociclistas.
Y si se le ocurre reclamar, allí si fue Troya.
Como un enjambre lo amedrentan y persiguen 40 o 50. En un segundo. Frente a un
motociclista, el auto siempre pierde porque la solidaridad gremial impide cualquier
diálogo. Con la actitud de víctimas indefensas, tienen autorización para
cualquier atropello. Uno termina pareciéndose al gobierno de Santos: para
evitar líos cede y termina de “malo de la película”, mientras la víctima
motorizada se gana todos los aplausos. Las motos saben que en su fragilidad
está su fortaleza. Es paradójico pero entre mas expuestos están, más tienen claro que “los demás” están en la obligación de
cuidarlos. Es la responsabilidad del mas grande así el chiquito sea desafiante. El chofer del carro, a no ser que se quiera
convertir en “victima express” debe tragarse todas las preguntas, todos los
reclamos y toda su rabia. La moto gana o por ella misma y su fragilidad o por
el apoyo del “cuerpo gremial”. ¡Sucede
todos los días, en cualquier lugar de una ciudad llamada Cali!
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