lunes, 25 de noviembre de 2013

¿La han violado?

Hace unos años conocí el caso de unos muchachos universitarios que entraron a un prostíbulo y una mujer bailó para ellos como parte del “espectáculo” contratado. Luego, los universitarios abusaron de la mujer porque creyeron que “como era prostituta” se podía hacer con ella lo que “se les viniera en gana”. Para ellos no había ninguna clase de delito y menos imaginar que una prostituta los podía acusar de violación. “Como así, si es una prostituta”, argumentaban los muchachos. Traducido, es algo semejante a “cómo así, si es un objeto de placer”, lo que lleva implícito la idea de que el cuerpo de la mujer está para “ser usado” y no existe ninguna limitante en ese “uso”. 
Ayer se celebró el día de “la no violencia contra la mujer” y vale la pena ventilar algunos conceptos, por ejemplo, el significado de violación. ¿Sabía usted que si una mujer desea detener el acto sexual al que ha accedido libre y voluntariamente, cuando está en los preámbulos, puede hacerlo y si el hombre insiste, presiona, exige, está violando a esa mujer? Penetrarla a la fuerza, en cualquier escenario, es una violación así haya consentimiento previo y ella posteriormente quiera detenerse. Entonces, las violaciones no se dan únicamente en la calle, con abusadores matones. En su hogar, con su esposo, con el novio, con el amigo, se puede protocolizar una violación por el hecho de que ella ya no quiera y el hombre insista porque está “empezado” y considere que la obligación de ella es “terminar” para que él quede satisfecho, así sea a costillas de su negación como mujer. ¿Y por qué el deseo de ella prima sobre el deseo de él? No, no es que el deseo de ella sea mas importante que el de él: cada quien tiene derecho a hacer con su propio cuerpo lo que desee pero no puede “utilizar” el cuerpo del otro para su propia satisfacción sin el consentimiento previo de la pareja. Y es allí donde se protocoliza el abuso: cuando “uso” el cuerpo ajeno para mi propia satisfacción.
La penetración es una de las acciones más agresivas de un hombre sobre una mujer cuando no hay consentimiento. Al pié de la letra, toda penetración forzada es una violación. El respeto por el cuerpo (y la dignidad) del otro es prioritario porque en pareja el otro u otra me ofrece su cuerpo para el placer pero puede arrepentirse, darle miedo, generarle rechazo, en fin, miles de circunstancias que se deben tener en cuenta para evitar un abuso sexual. Unos tragos, por ejemplo, que obnubilan tanto, pueden ser una excusa para acceder y luego reaccionar o despertar y expresar “no, ya no quiero”. El hombre debe estar dispuesto a escuchar esta respuesta y a ser consecuente con el sentir de su compañera. Hay maneras de que él “termine” el asunto sin abusar de quien ya no quiere contacto.
Es importante mirar cómo el concepto del amor no puede ser excusa para el abuso. “Ella es mía”, “es mi esposa”, “sólo estoy con ella”, “para eso me casé”, son frases masculinas que legitimizan el poder patriarcal para creer que la mujer, a nombre del amor, siempre debe estar dispuesta a satisfacer los requerimentos masculinos. Lo que también es un abuso y en el desarrollo de un acto sexual convertirse en una violación. “La maté porque era mía” es un libro impactante donde se muestra cómo no existe diferencia entre “poseer el cuerpo” y poseer a la persona.  La creencia de que la mujer es una propiedad que se “compra” con amor o cuidado o plata facilita el abuso. Va siendo hora de despertar.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Para qué la Psicología

El 20 de Noviembre se celebra el día del psicólogo y qué mejor oportunidad para hacer algunas reflexiones en torno a esta profesión.  En el argot popular hay quienes  consideran que la Psicología es la “hermanita minusválida” de la Psiquiatría y se la trata como si fuera una pesudociencia que no presenta la solidez de la Psiquiatría. Por lo mismo revisar algunas creencias bien vale la pena porque lo importante es que el paciente conozca qué le pueden ofrecer cada una, Psicología y Psiquiatría, donde lo importante es lograr una mejor calidad de vida para quien siente la angustia o la dificultad
La enfermedad mental existe y trabajar con ella no puede reducirse a hacer un diagnóstico de clasificación de la patología, para luego recetar una  lista de pastillas, actitud recurrente para muchos psiquiatras. El poder de recetar droga pareciera como si los “eximiera” de la tarea de escuchar el dolor. Porque  escuchar es lo difícil. Trabajar con la angustia sin mas apoyo que el conocimiento y lo que cada uno es, no es tarea fácil. Pero, ese es el verdadero aporte del psicólogo: la escucha y el soporte del dolor de quien consulta.
No es fácil trabajar con la angustia del paciente. No es fácil trabajar con su demanda de curación. En un consultorio de Psicología la historia familiar, los silencios, las palabras, lo “no dicho”, los secretos, la angustia, el llanto, la enfermedad, son elementos básicos para poder ayudar en los procesos de sanación. Y como los psicólogos no entregamos recetarios de drogas, el nivel de exigencia personal frente al paciente es muy grande porque hay que acercarse a su sufrimiento con un único elemento de curación: la escucha y el soporte de esa angustia.  Como psicóloga, los casos que hoy más me impactan son los de las conductas perversas. El perverso o la perversa es aquel que confunde, que perfectamente hoy dice blanco y mañana negro. Es un narcisista que juzga al entorno desde su perspectiva, no logró crecer emocionalmente y considera que el mundo “le debe”. Acomoda los acontecimientos de acuerdo a su perspectiva y la coherencia es una palabra que no existe en su computador personal. De allí que cada vez más el mundo moderno forma personalidades perversas, narcisistas, que viven para sí mismas. Educados desde la complacencia absoluta o desde la orfandad afectiva más profunda, su vida se enfoca en sobrevivir, por eso no hay interlocutores u otros a los cuales respetar. Solo pueden existir ellos en un mundo que no saben manejar y que casi que ni existe para tenerlo en cuenta. Su nivel de conciencia es de sobrevivencia y es lo único que importa. El mundo gira en torno a ellos y lo que hacen por otros en realidad lo hacen por sí mismos. “Necesito que me necesiten” pareciera ser su norma de vida.
Pero hoy por hoy no es lo único impactante. La violencia contra la mujer o contra seres indefensos o desprotegidos, toma visos de pandemia. Son los efectos de una cultura patriarcal cuyos desmanes cada vez mas se ventilan y denuncian. Pero la Psicología ayuda a sanar en la medida en que contribuya a cambiar creencias. Como también será indispensable su contribución en el proceso de paz que estamos empezando. El postconflicto necesitara actitudes sanadoras y reparadoras y la Psicología tendrá un valiosísimo papel que jugar en la formación de una mentalidad de tolerancia y respeto. Esta celebración nos permite entonces revisar qué tan importante puede ser una mirada psicológica en procesos de sanación individuales y comunitarios. Afortunadamente no todo se arregla con una pastilla…

lunes, 11 de noviembre de 2013

En el ascensor

Para llegar a mi consultorio en un tercer piso hay que tomar un ascensor. Es pequeño y creo que de “antigua” generación. Por lo mismo hay que “cuidarlo”, hacerle mantenimiento y sobre todo vigilar que no exceda el peso permitido. Por eso están prohibidas las carretas o las cargas pesadas, fácilmente deducibles a primera vista. Pero si se presentara un intento de “violación” de esta medida ipso facto el ascensor se bloquea y no hay manera de que funcione (excelente determinación de la administración del edificio).
Los otros pisos, incluídos los sótanos de parqueaderos, tienen posibilidades de desplazamiento con otro ascensor y con escaleras eléctricas. Pero al tercer piso sólo  llega este “transporte”. Además, para asegurar su cuidado y mantenimiento  hay un letrero   “máximo 6 personas”, recalcando precisamente el perjuicio del exceso de carga.  Pero aquí si la norma, como dicen los muchachos “vale huevo”. Pareciera que algunos de los usuarios de este ascensor no supieran leer o se creyeran espíritus o almas en pena porque pueden subirse hasta 8 o 10 personas sin importarles ni medir las consecuencias de su peso. Claro, sus kilos dañan los resortes, hay que cerrarlo por algunas horas (y hasta días) y los únicos perjudicados somos los permanentes usuarios del tercer piso.
Y aquí viene la razón de mi comentario.  Sorpréndase, la gran mayoría de veces que se viola la prescripción de “máximo 6 personas” son hombres, sí varones, a los que les importa un higo si el aparato se daña o no, con tal de no bajarse cuando se les hace el requerimento. Su “hombría” no resiste “tamaña” humillación. Y ni que decir las estupideces de respuestas que dan para justificar la violación de una regla tan elemental. “Yo no peso”, “eso está mal calculado”, “¿por qué? que se baje otro”, “y como dejo a mi hijo solo”, en fin. No sé que es mas denigrante si “su dignidad herida de macho” o las imbecilidades de respuestas que se dan para hacer lo que les da la gana. No me ha tocado, nunca, una mujer que rechace la recomendación. Pero los señores, de cualquier tamaño, color o condición, se resisten, patalean, reclaman, miran feo, se ponen bravos pero ¡no se bajan!  Me he ganado unos buenos madrazos  (para lo que me importa) pero los varones “hacen la ley” a su amaño. No sé si la educación servil que hemos recibido las mujeres a través de miles de años de cultura patriarcal dominante nos haga cumplidoras de la norma, pero ante la ley la mujer la acata, el hombre la desafía y se la pasa por encima.
Si, no serán todas las mujeres respetuosas ni todos los hombres irrespetuosos, pero el perfil o las estadísticas o el común denominador, marca una tendencia donde el hombre no acepta fácilmente que se le llame la atención para corregir una conducta inadecuada. En algo tan sencillo como bajarse de un ascensor porque hay sobrecupo se marca su tendencia al desafío. Por eso reta a la policía cuando está con tragos. Por eso desafía a la autoridad cuando alguien le llama la atención. Educado para ser “rey” se está encontrando con una dura realidad (para él) donde existe otra u otros iguales, con derecho a reclamarle, a exigirle y a comprometerlo con una responsabilidad social. Se le acabo el reinado de la imposición, del sometimiento. Ya no hay que obedecer sus designios. Antes nadie “osaba” hablarle a ese hombre patriarcal y reclamarle una igualdad. Hoy, cada día más, se está quedando sin argumentos para imponer su voluntad de allí sus excesos de rabia o violencia. Pero o acepta que el mundo cambió o…

martes, 5 de noviembre de 2013

¿A cuántas motos cuidó?

En Cali, manejar carro se ha convertido en el equivalente de “cuidador de motos”. Basta con que usted esté al timón de un vehículo de 4 ruedas e intente desplazarse a cualquier lugar, cuando ipso facto la vida le adjudica “la misión” de cuidar motociclistas. Pero no uno ni dos, no. Fácilmente su tarea de “misionero de motos” puede implicar un número aproximado de 60 por trayecto. Y si hace el recorrido varias veces al día, no importa la distancia, usted puede acumular en una jornada, 300 o 400 motos que “ha salvado”. O protegido. O cuidado. No importa la palabra para designar nuestra nueva misión: ¡cuidadores de motos!
¿Qué estoy diciendo? ¡Es un exabrupto! Lo que tendría que escribir es que cuidamos VIDAS, cuidamos seres al volante de un vehículo, seres que consideran que un espacio libre en la calle, es un lugar susceptible de ser ocupado. Entonces no importa si está a la derecha o a la izquierda, arriba o abajo. Nada interesa: espacio vacío equivale a opción de invasión. El espacio libre es tan atractivo como la miel para las moscas.  Por todo lado fluyen, se desparraman, se atraviesan, se cuelan, con tal de ocupar el vacío. Usted, chofer de vehículo, tiene la misión de cuidar, de acomodarse, de arrinconarse, de ceder el paso, el espacio y la vía. Ni se le ocurra darse ínfulas de poder (vehículo más grande) o argumentar respeto por las normas o “equilibrio de desplazamiento”. Nada de eso. Manejar carro implica un compromiso, un deber, como quien debe pagar una sanción por tener la osadía de tener auto. Ningún otro escenario es tan propicio para la diferencia social como la calle, cuando se encuentran una moto y un carro. Al del auto, la moto “le cobra” la audacia de haberse atrevido a conseguir vehículo de 4 llantas, mientras el de 2  “apenas” está en ascenso. Entonces, promoviendo “sentimientos de culpa” por ser mas grande, las motos se cuelan por donde les da la gana. ¡Y hacen lo que les da la gana! Son conscientes de que los carros los tienen que cuidar so pena de meterse en líos. Usted, carro, tiene la responsabilidad de cuidarlas. Atrévase a desafiar este “principio” y termina “pagando” el descuido de la moto con su ocupante en el suelo y usted acusado de atropellarlo. Por eso, su misión al volante de un carro es “cuidar motos”.  Tiene la tarea de estar atento para ellos porque no hay tiempo para cuidarse a usted mismo. Cada metro que su vehículo ruede, su obligación es vigilar y proteger motociclistas.
Y si se le ocurre reclamar, allí si fue Troya. Como un enjambre lo amedrentan y persiguen 40 o 50. En un segundo. Frente a un motociclista, el auto siempre pierde porque la solidaridad gremial impide cualquier diálogo. Con la actitud de víctimas indefensas, tienen autorización para cualquier atropello. Uno termina pareciéndose al gobierno de Santos: para evitar líos cede y termina de “malo de la película”, mientras la víctima motorizada se gana todos los aplausos. Las motos saben que en su fragilidad está su fortaleza. Es paradójico pero entre mas expuestos están,  más tienen claro que  “los demás” están en la obligación de cuidarlos. Es la responsabilidad del mas grande así el chiquito sea  desafiante.  El chofer del carro, a no ser que se quiera convertir en “victima express” debe tragarse todas las preguntas, todos los reclamos y toda su rabia. La moto gana o por ella misma y su fragilidad o por el apoyo del “cuerpo gremial”.  ¡Sucede todos los días, en cualquier lugar de una ciudad llamada Cali!