Los factores
psicológicos están presentes en todas las dimensiones de la existencia. En el
individuo, en la familia, en la escuela, el trabajo, en el vecindario, en la
región, en el país. ¡Y en la historia! aún cuando sea difícil aceptarlo. Por
ello, “heredamos” los conflictos de nuestros antepasados a nivel familiar, comunitario o regional. La herencia de nuestros
ancestros impregna el presente y nos lleva a actuaciones “inexplicables” que
sólo tienen sentido si conocemos, aceptamos y “reparamos” nuestra historia. De
lo contrario, estamos condenados a padecer las fallas de los antepasados. ¿Por
qué en el Valle tenemos cosido a nuestras entrañas la exclusión, el rechazo, el
canibalismo? ¿Por qué otras regiones trabajan “más fácil” su sentido de
pertenencia, sus raíces, su sentido de apoyo a los suyos?
Hace unos días
estuvo en Cali Ali Moussa-lye, africano, quién lidera la reconstrucción de “La
ruta del esclavo” como una forma de reparar las injusticias de la sociedad frente
a la raza negra a través de su historia. Venidos de Africa a América, en
condiciones infrahumanas, como esclavos, la exclusión del sistema social
siempre ha marcado sus vidas. La exclusión, en cualquier espacio, genera una
deuda que hay que cancelar ya sea en esta o en otras generaciones. Porque
existe un “alma” comunitaria que queda herida y hasta que no se repare, el
dolor sigue generando más dolor. La exclusión produce más exclusión. De allí la
necesidad psicológica de reparar a las víctimas comunitarias cuando se dé
alguna forma de violencia, agresión o exclusión.
Cali es la ciudad
que tiene el mayor número de personas de raza negra en Colombia. Y creo que la
segunda, en Latinoamérica. Para bien o para mal la exclusión de los
afrodescendientes la “pagamos” todos
como parte de la deuda social pendiente. ¿De qué manera en el Valle “padecemos”
la exclusión de la raza negra? Los ejemplos son contundentes: aquí vivimos excluyéndonos,
nos ponemos zancadilla, nos destrozamos como “auténticos” vallecaucanos y es
más fácil reconocer al de afuera que a uno de los nuestros. Y si esto pasa a
nivel de la clase dirigente, ni qué pensar de lo que sucede en otros espacios
donde pareciera que la solidaridad, el apoyo, la participación, la fraternidad,
fueran palabras borradas del léxico vallecaucano. Sí, podemos estar viviendo
crisis fuertes a nivel económico y social pero la crisis más fuerte se vive a
nivel del “alma vallecaucana”, a nivel de la credibilidad, de la confianza, de
la reparación. De allí que aquí en el Valle tengamos problemas muy particulares
donde la exclusión es el sello que “nos distingue”. ¿Por qué dañar (el
bellísimo túnel de la Avenida Colombia) lo que puede enorgullecernos y unirnos
como comunidad? ¿Por qué “agredir” la imagen vallecaucana? También, los
adolescentes en los centro de reclusión, son hijos de la exclusión ya de su
raza, de su región o de la misma ciudad que “creyeron” los acogería. ¿Por qué
somos así? Antioquia, por ejemplo, totalmente regionalista, “acoge” a los
suyos, ellos van primero y se
apertrechan frente al “extraño”. Ningún “extranjero” tiene más importancia que
uno de ellos. ¡Esa es la diferencia!
Exilio y exclusión
van de la mano. Generan un pendiente. Los muchachos del atentado en Boston son
“hijos” de la exclusión de los pueblos del Cáucaso. Así como el musulmán en
Lóndres, es otro hijo de exclusión. En muchos lugares del mundo los grandes
problemas se generan por “hijos del exilio” o la exclusión. Es un pendiente
universal que hay que sanar y mucho mas ahora con la movilidad de la
globalización. Los “otros” aun cuando de distinto color de piel, sexo,
religión, nacionalidad o lenguaje, son nuestros hermanos…