Una obsesión no
tiene un “solo lado”. Un temperamento obsesivo no sólo “dirige” su energía para
los asuntos “buenos”. También la obsesión se encamina hacia lo siniestro, la
sombra, lo oscuro, puesto que no existe lo uno sin lo otro. “Como es arriba es
abajo” dijo hace siglos el autor del Kybalion. El obsesivo trabaja para lograr
lo que se propone, bueno o malo, porque ante un obsesivo no hay límite que
valga. Todo se puede, todo es posible, todo lo logra. Ver un solo lado de la
obsesión es arriesgado…nos podemos equivocar. Allí está la vida de Oscar
Pistorius, el hombre robot, el deportista estrella, que logró competir en
Olímpicos al lado de quienes no tenían incapacidad física como él. Fue obsesivo para vencer su limitación hasta
el punto que la superó de tal manera que “ni se notaba” que la tenía. Pero esa
obsesión estimulada en busca de un objetivo no sólo tiene elementos positivos.
Allí está la dualidad, o el mundo de los contrarios para recordarnos que anhelamos
el bien sin el mal, la vida sin la muerte, la alegría sin la tristeza o el
éxito sin el fracaso. Es imposible, totalmente imposible que exista un solo
lado de los opuestos o contrarios sin que el otro esté allí agazapado, en la
sombra, a la espera de un “descuido” para saltar al escenario. Pistoruis forjó
un carácter obsesivo “bueno” que lo llevó a conseguir los triunfos que
descrestaron al mundo, pero escondía lo malo de la obsesión a la espera de una
oportunidad para “brincar” ante cualquier clase de limitante que no se
acomodara a su deseo. Su carácter fraguado
sobre una voluntad de hierro –se propuso doblegar su incapacidad- tenía un
“monstrico” guardado. La obsesión para superar la limitante lo endiosó de tal
forma que llegó a creer que todo lo podía. Todo. A una persona obsesiva, ¿quién
se atreve a decirle no? ¿Quién le lleva la contraria a un obsesivo?
Allí está el resultado.
Por eso es tan arriesgado “descrestarse” con ciertas actitudes obsesivas muy
extremas porque son “tramposas”. Pistoruis terminó construyendo un monstruo que
“todo lo podía” o igual, todo lo conseguía. Su novia se le debió “atravesar” en
algo y el hombre obsesivo no soportó la realidad desde el Olimpo en que se
había refugiado con su voluntad de
hierro. Caracteres tan extremos y descrestadores guardan una sombra porque es
imposible vivir en un lado de la dualidad, “gozando” sólo de los gloriosos sin
aceptar que también hay dolorosos.
Pero además hay unos tintes machistas impactantes en la manera en que se
ha informado el hecho. Como si la fama de Pistoruis hiciera menos grave el
asesinato de una mujer, de su novia, indefensa ante su fama y su “poder”. Cualquier
perico de los palotes pareciera debía ser más responsable que el famoso
Pistoruis. Hasta el punto de que está en
libertad condicional después de asesinarla. El mundo mediático se ha
“sorprendido” de la “inesperada” actitud del deportista pero no pareciera que
mostrara parecido dolor ante el asesinato de Reeva Steenkamp. La pregunta obvia
es si forjar caracteres tan obsesivos con resultados sociales tan llamativos se
justifica, así se estimule silenciosamente el monstruo de lo negativo de ese
carácter sin medir sus consecuencias. Como ambos elementos van unidos, vale la
pregunta, ¿si tuviera que escoger, aceptaría no vencer su incapacidad y haber
respetado a su compañera, o superar su limitación justificó asesinar a su novia,
desde el carácter obsesivo?. La obsesión lo es tanto para lo bueno como para lo
malo porque no acepta limitaciones de ninguna clase. Es el precio del obsesivo.