Sí, aun cuando le suene sorprendente, es más fácil construir seguridad que legalidad. Es más inmediato poner talanqueras, prohibiciones, castigos y represiones, que formar conciencia de equidad y respeto. Es más sencillo (¡) disparar que educar. Al menos se hace más rápido. Y en esta cultura de la inmediatez, donde todo debe ser para ya, la seguridad con efectos instantáneos, es un atractivo que obnubila. Es un descreste. Por fin llegó la tranquilidad. Pero, ¿a qué precio? Porque la inmediatez, así sea por encontrar seguridad, promueve la corrupción. Y llega un momento en que la seguridad sin legalidad nos talla a todos. Puede terminar siendo la “ley del monte”. Por seguridad todo es válido. ¡Hasta la corrupción! El fin justifica los medios.
Pienso que una sociedad que construye una estructura de seguridad se mira a sí misma con confianza y esto es significativo. (Gracias Presidente Uribe). Pero si esta estructura de seguridad no se cimenta sobre la legalidad termina en un caos. Lo estamos viendo: todos los atropellos del Estado en pro de la seguridad. Es necesario, entonces, construir seguridad que no sea sustentada sólo por el Estado o por la policía o por el ejército sino por cada uno, cada una de nosotros. Y eso sólo lo logramos desde la cultura de la legalidad. Cuando cada quién entienda y sienta que el Estado somos todos. Y un hecho particular, aislado, termina produciendo el efecto dominó. “Nadie se dió cuenta” y lo pude hacer. Y muchos “nadie lo supo” construyen mentalidad que significa que mientras “no me cojan” es factible hacer lo que considero mejor para mí. De allí que la legalidad implica un precio muy alto porque a todos y todas los que (en forma general) nos creemos buenos, algo de la ilegalidad nos toca. En nuestro país la cultura de lo ilegal está cosida a nuestras entrañas. La tentación de pasarnos por la faja la norma es el pan nuestro de cada día. En miles de escenarios desde lo público hasta lo privado y familiar. Pero no somos ilegales por naturaleza, eso lo aprendemos. Y Colombia es un país donde la ilegalidad se asocia con viveza, buena suerte, malicia indígena. Necesitamos el policía para no pasarnos el semáforo. Necesitamos el profesor para no hacer el chanchullo. En nuestra mentalidad la honradez no es una cualidad sino una “bobada” de algún tonto que le faltó sagacidad para evadir la situación.
El precio de la legalidad es muy alto pero vale la pena enfrentarlo y aun cuando también lo sorprenda, es lo que más seguridad nos brinda. La legalidad sustenta la seguridad, la organiza, la interioriza. Hace que por fin este país tenga un padre ordenador y no un padre omnipotente (más parecido a una madre caótica y sobreprotectora). La cultura de la legalidad es la cultura del respeto y la equidad. Seguridad por seguridad puede ser sinónimo de atropello y de que el fin justifica los medios. Lo estamos viendo. Estamos a las puertas de construir un país mejor, con base a lo ya conseguido, tratando de no repetir lo mismo. Más de lo mismo es clavarnos el cuchillo porque seguridad por seguridad –a cualquier precio- promueve falsos positivos, chuzadas del DAS y un sinnúmero de atropellos mas (Claro, a nombre de la seguridad.) O la legalidad nos organiza como sociedad o la seguridad por sí misma, termina atropellándonos sin consideraciones de ninguna clase. Escogemos: un padre ordenador o un padre-madre caótica y sobreprotector. ¡Usted decide!
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