Estoy segura que no somos el departamento más corrupto de Colombia. Ni la ciudad más degenerada del país. En muchas partes se encuentran hechos como los que suceden aquí. Y tal vez peores. Lo anterior no significa que quienes cometan las faltas no deban asumir las consecuencias de sus actos. El Gobernador Abadía abusó de su poder. Tal vez, lo mas censurable, es que fue desafiante. Su actitud fue de “no me importa lo que piensan” y retó a la opinión pública. Su “importaculismo” lo llevó a crecer y crecer el malestar que producía su conducta. Por lo general esta actitud es muestra de soberbia. Los que juegan a competir con Dios (diosecitos) terminan estrellados. Y le llegó el peso de la ley. Y de la rabia. Y de la venganza. Fue desafiante y “engarzó” a la opinión pública.
Pero debo confesar que me parece exagerado el castigo “solo” por esa falta. La Procuraduría no argumenta ninguna otra causa: no le suma lo demás donde mostró más abuso de poder como en ningún otro caso. Y claro, la ocasión “la pintan calva” para que nuestro tradicional canibalismo haga de las suyas. En el Valle somos expertos en comernos vivos los unos a los otros. Caníbales desaforados que pareciera gozamos porque caiga el otro. Con tal de tener la razón, somos capaces de sacarle la gasolina al avión en el que estamos montados para probar que “se va a caer” y ganar con nuestra teoría. Nos morimos pero teniendo la razón. Porque si el canibalismo tuviera –al menos- la presunción de educarnos y corregir, pues bueno, vaya y venga. Pero nuestro canibalismo es a dentelladas, a ponerle palos a la carreta porque es el otro –o los otros- y no soy yo o los míos. En ninguna comunidad colombiana muestran tanto deseo de tumbar al coterráneo como nosotros. Eso no nos hace más transparentes y honestos sino más destructivos. Basta recordar como los paisas “se taparon” las embarradas (y conexiones) de Pablo Escobar con la clase dirigente y prefirieron el silencio a delatarse. Ellos nunca tuvieron chequeras. Nosotros nos destrozamos y quedamos “en carne viva” pero no aprendimos de esa depuración. Como era por canibalismo nada bueno le aportó al “país vallecaucano”. La intención con que se emprenden las tareas o las campañas es lo que marca la diferencia. Y nosotros pareciera que nos movemos más por envidia que por honestidad.
¿Por qué somos así? ¿Cuál es el deseo de destrozarnos? Envidia significa impotencia, frustración, rabia. El envidioso desearía destruir a toda persona que como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es la rabia vengadora del impotente. El logro de los demás “arde” porque le recuerda su propia incapacidad. “Yo no puedo y el otro sí”. De allí que la envidia sólo busque destruir. La envidia es proporcional a la carencia. En el fondo también existen rezagos de un narcisismo rampante, porque yo me lo merezco todo y los demás nada. Peor aún, no me interesa tener pero que tampoco otro tenga… La solidaridad, que no complicidad, es un sentimiento que oxigena la envidia, evita el canibalismo. Que todos empujen el carro genera un sentimiento de comunidad y el logro colectivo compensa las personales frustraciones. Entonces la solidaridad derrota a la envidia. No seremos cómplices de los que violan la ley pero tampoco podemos sentirnos satisfechos porque otros caigan. En el Valle tenemos que aprender de solidaridad como el único antídoto que derrota el canibalismo. Hay que apostarle a la salud mental.
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