martes, 25 de mayo de 2010

!Sucedera!

Sucederá lo que tiene que ser. Nada más ni nada menos. Por ello no hay que hacer resistencia, no hay que hacer grandes esfuerzos, ni demostraciones excesivas, ni elucubraciones histéricas, ni siquiera “crear” libretos. Sucederá lo que tiene que suceder. Si Colombia está lista para el cambio, llegará. En el campo energético existe una información y si es el momento, los hechos se presentarán como corresponde. No, no estoy hablando en términos de filosofía de Pambelé “es mejor se rico que pobre”. Lo que sucede está inscrito en el orden universal…no quiere decir tampoco que somos marionetas del destino. Pero existe una ¿fuerza? ¿energía? ¿información? construída desde la conciencia de cada quién, conectada con esa conciencia universal, y si es el momento de una mirada diferente, los hechos se darán.
Por ello no importa, ni siquiera, si un candidato falla o acierta o se equivoca, o hace alarde de alguna cosa. Sucederá lo que tiene que suceder. Porque en los procesos de evolución, lo material y racional no puede competir con la información que existe en el campo mórfico y si es la hora de cambiar, “resonaremos” en el cambio. De allí que aún procesos tan humanos como unas elecciones presidenciales, sean el resultado de lo que le corresponde vivir a esa comunidad. La forma como conectó la ola verde es una prueba de que estamos a las puertas del cambio. El resultado final dependerá de lo que corresponda. Pero no porque Dios nos manipule, repito, sino porque nosotros, desde esa conexión universal, ya estemos preparados. Somos olas de un gran mar…
En la campaña de Mockus no hubo excesiva propaganda, libretos montados –de allí que pueda rectificar sobre algunos puntos- ni estrategias de agarre. Sólo se presentó con su propia energía y esto “resonó” con muchísimas personas. La suya es definitivamente una conexión energética. Y es posible también que Antanas haya patinado públicamente porque nuestra sociedad es muy maniquea: bueno o malo, blanco y negro. Las preguntas son para que tome una posición YA. En una filosofía coherente, es muy difícil escoger instantáneamente entre lo uno o lo otro. Lo que garantiza que las cosas se harán de la mejor forma, es la esencia del candidato: no puede apostarle a caminos del “todo vale” o a atajos que lo lleven al resultado. Su legalidad es visceral y allí radica la mayor garantía de su gobierno. Porque no puede, ni siquiera prometer, cosas que favorezcan a un grupo (madres cabezas de familia, o desempleados) si van contra la concepción de una legalidad de Estado. Además, Antanas ya gobernó, ya fue exitoso, ya fue coherente. Y si se le prueba con argumentos, rectifica, porque no tiene amarres ni compromisos con nadie. Solo con su conciencia.
Humanamente podemos hacer esfuerzos, manipular, desgastarnos, señalar, pero se dará lo que corresponde. En el mundo energético siempre se habla de que Colombia es un país maestro. Queremos un país construido sobre la legalidad no sobre resultados. Sólo me queda una pregunta: ¿qué tan poco creemos en la educación hasta el punto de considerar que los educadores no son aptos para manejar un país? ¿Cómo pueden ser eficaces, entonces, para influenciar en las mentes de hombres y mujeres de una comunidad? Descalificar a Mockus porque es educador es un golpe bajo a la educación. Y quiere decir que los políticos “no pueden” saber de educación si quieren ser “buenos” políticos? ¿De qué tamaño es la contradicción?

martes, 18 de mayo de 2010

Mentir da resultados

Juan Manuel Santos está mintiendo. Buscando ganar a como dé lugar, no le importa engañar a la opinión pública con una publicidad mentirosa, que confunde. Utiliza la voz de un imitador y dice que Alvaro Uribe lo apoya. ¿Qué hubiera pasado si Mockus o Nohemi o Vargas hubieran utilizado “esa voz” para decir lo mismo? Inmediatamente el Presidente habría pedido que no “lo utilizaran” y que no engañaran a la opinión pública. Pero como es Juan Manuel, ni él ni Uribe dicen nada. Un silencio cómplice de engaños, (si pero no) donde en aras del resultado, el fin justifica los medios. Es sorprendente que Santos no percibe que engañando puede llegar a ser Presidente pero desde ya está instaurando (o continuando) la corrupción dentro de su posible gobierno. Si ni siquiera tiene escrúpulos para disimular en la campaña, ¿qué podrá hacer cuando sea Presidente y tenga el “todo” el poder a su amaño? La corrupción, el todo vale, nos seguirá acompañando los próximos 4 años. Porque son estos hechos los que marcan el derrotero a seguir…
Las conductas perversas son las más peligrosas de cuantas existen porque son las que confunden. Robar no es bueno, nunca, pero si roba alguien con fama de adalid de la honestidad, su delito es doble porque confundió y engañó. ¡Eso es perversión! Los delitos de los sacerdotes son tan graves, precisamente porque son perversos: se muestran como “representantes de Dios en la tierra” y abusando de su carisma, se aprovechan de niños y niñas. Con su aureola de santidad, las personas confían más fácil y ¡zaz! viene la trampa. Por eso, el que un candidato a la Presidencia se atreva a engañar y lo considero “gracioso” tiene una gravedad impresionante. Esa publicidad ni siquiera advierte que es una imitación. Cuando en los medios de comunicación impresos aparece una información comercial se exige el letrero de “publicidad pagada” para no confundir. Santos ni siquiera aclara en su “exitosa” pero tramposa propaganda que es una imitación. Pero ¿es este el perfil de Santos? Los falsos positivos, que tanto salpican a Juan Manuel como Ministro de Defensa, encajan perfectamente con la filosofía de la publicidad engañosa: son coherentes entre sí porque en aras de los resultados cualquier fin es permitido.
Entonces Santos es coherente. El resultado es perfecto para él. Coherente con lo que sucedió con las chuzadas, coherente con falsos positivos, coherente con la participación de J.J. Rendón como publicista en su campaña, para quién todo es válido en aras de ganar una campaña y coherente con su publicidad mentirosa. A veces me pregunto, desde mi lugar de ciudadana del montón, si es que los políticos nos creen idiotas, o si piensan “que no nos damos cuenta”, o si dentro de ellos no existe un ápice de inquietud para al menos sonrojarse con lo que hacen. ¿Cómo pueden acostarse cada noche con semejantes incoherencias? ¿No les talla? ¿En algún momento no existirá un Pepe grillo que les ayude a reaccionar? Y en su grupo de apoyo ¿nadie ve nada? ¿Nadie tiene preguntas por hacerse? ¿Juan Manuel Santos puede decir que es un “feliz creyente” y aceptar las trampas de su campaña? ¿No siente nada en su conciencia? Creo que existe algún momento, un instante, donde el ser humano se encuentra consigo mismo, y allí en ese lugar nadie puede engañarse. A no ser que su nivel de conciencia sea tan elemental que ni siquiera se haga la pregunta. Pero quisiera un país donde los políticos no estuvieran en un nivel de conciencia tan arcaico…

lunes, 10 de mayo de 2010

Canibalismo

Estoy segura que no somos el departamento más corrupto de Colombia. Ni la ciudad más degenerada del país. En muchas partes se encuentran hechos como los que suceden aquí. Y tal vez peores. Lo anterior no significa que quienes cometan las faltas no deban asumir las consecuencias de sus actos. El Gobernador Abadía abusó de su poder. Tal vez, lo mas censurable, es que fue desafiante. Su actitud fue de “no me importa lo que piensan” y retó a la opinión pública. Su “importaculismo” lo llevó a crecer y crecer el malestar que producía su conducta. Por lo general esta actitud es muestra de soberbia. Los que juegan a competir con Dios (diosecitos) terminan estrellados. Y le llegó el peso de la ley. Y de la rabia. Y de la venganza. Fue desafiante y “engarzó” a la opinión pública.
Pero debo confesar que me parece exagerado el castigo “solo” por esa falta. La Procuraduría no argumenta ninguna otra causa: no le suma lo demás donde mostró más abuso de poder como en ningún otro caso. Y claro, la ocasión “la pintan calva” para que nuestro tradicional canibalismo haga de las suyas. En el Valle somos expertos en comernos vivos los unos a los otros. Caníbales desaforados que pareciera gozamos porque caiga el otro. Con tal de tener la razón, somos capaces de sacarle la gasolina al avión en el que estamos montados para probar que “se va a caer” y ganar con nuestra teoría. Nos morimos pero teniendo la razón. Porque si el canibalismo tuviera –al menos- la presunción de educarnos y corregir, pues bueno, vaya y venga. Pero nuestro canibalismo es a dentelladas, a ponerle palos a la carreta porque es el otro –o los otros- y no soy yo o los míos. En ninguna comunidad colombiana muestran tanto deseo de tumbar al coterráneo como nosotros. Eso no nos hace más transparentes y honestos sino más destructivos. Basta recordar como los paisas “se taparon” las embarradas (y conexiones) de Pablo Escobar con la clase dirigente y prefirieron el silencio a delatarse. Ellos nunca tuvieron chequeras. Nosotros nos destrozamos y quedamos “en carne viva” pero no aprendimos de esa depuración. Como era por canibalismo nada bueno le aportó al “país vallecaucano”. La intención con que se emprenden las tareas o las campañas es lo que marca la diferencia. Y nosotros pareciera que nos movemos más por envidia que por honestidad.
¿Por qué somos así? ¿Cuál es el deseo de destrozarnos? Envidia significa impotencia, frustración, rabia. El envidioso desearía destruir a toda persona que como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es la rabia vengadora del impotente. El logro de los demás “arde” porque le recuerda su propia incapacidad. “Yo no puedo y el otro sí”. De allí que la envidia sólo busque destruir. La envidia es proporcional a la carencia. En el fondo también existen rezagos de un narcisismo rampante, porque yo me lo merezco todo y los demás nada. Peor aún, no me interesa tener pero que tampoco otro tenga… La solidaridad, que no complicidad, es un sentimiento que oxigena la envidia, evita el canibalismo. Que todos empujen el carro genera un sentimiento de comunidad y el logro colectivo compensa las personales frustraciones. Entonces la solidaridad derrota a la envidia. No seremos cómplices de los que violan la ley pero tampoco podemos sentirnos satisfechos porque otros caigan. En el Valle tenemos que aprender de solidaridad como el único antídoto que derrota el canibalismo. Hay que apostarle a la salud mental.

lunes, 3 de mayo de 2010

El costo de la legalidad

Sí, aun cuando le suene sorprendente, es más fácil construir seguridad que legalidad. Es más inmediato poner talanqueras, prohibiciones, castigos y represiones, que formar conciencia de equidad y respeto. Es más sencillo (¡) disparar que educar. Al menos se hace más rápido. Y en esta cultura de la inmediatez, donde todo debe ser para ya, la seguridad con efectos instantáneos, es un atractivo que obnubila. Es un descreste. Por fin llegó la tranquilidad. Pero, ¿a qué precio? Porque la inmediatez, así sea por encontrar seguridad, promueve la corrupción. Y llega un momento en que la seguridad sin legalidad nos talla a todos. Puede terminar siendo la “ley del monte”. Por seguridad todo es válido. ¡Hasta la corrupción! El fin justifica los medios.
Pienso que una sociedad que construye una estructura de seguridad se mira a sí misma con confianza y esto es significativo. (Gracias Presidente Uribe). Pero si esta estructura de seguridad no se cimenta sobre la legalidad termina en un caos. Lo estamos viendo: todos los atropellos del Estado en pro de la seguridad. Es necesario, entonces, construir seguridad que no sea sustentada sólo por el Estado o por la policía o por el ejército sino por cada uno, cada una de nosotros. Y eso sólo lo logramos desde la cultura de la legalidad. Cuando cada quién entienda y sienta que el Estado somos todos. Y un hecho particular, aislado, termina produciendo el efecto dominó. “Nadie se dió cuenta” y lo pude hacer. Y muchos “nadie lo supo” construyen mentalidad que significa que mientras “no me cojan” es factible hacer lo que considero mejor para mí. De allí que la legalidad implica un precio muy alto porque a todos y todas los que (en forma general) nos creemos buenos, algo de la ilegalidad nos toca. En nuestro país la cultura de lo ilegal está cosida a nuestras entrañas. La tentación de pasarnos por la faja la norma es el pan nuestro de cada día. En miles de escenarios desde lo público hasta lo privado y familiar. Pero no somos ilegales por naturaleza, eso lo aprendemos. Y Colombia es un país donde la ilegalidad se asocia con viveza, buena suerte, malicia indígena. Necesitamos el policía para no pasarnos el semáforo. Necesitamos el profesor para no hacer el chanchullo. En nuestra mentalidad la honradez no es una cualidad sino una “bobada” de algún tonto que le faltó sagacidad para evadir la situación.
El precio de la legalidad es muy alto pero vale la pena enfrentarlo y aun cuando también lo sorprenda, es lo que más seguridad nos brinda. La legalidad sustenta la seguridad, la organiza, la interioriza. Hace que por fin este país tenga un padre ordenador y no un padre omnipotente (más parecido a una madre caótica y sobreprotectora). La cultura de la legalidad es la cultura del respeto y la equidad. Seguridad por seguridad puede ser sinónimo de atropello y de que el fin justifica los medios. Lo estamos viendo. Estamos a las puertas de construir un país mejor, con base a lo ya conseguido, tratando de no repetir lo mismo. Más de lo mismo es clavarnos el cuchillo porque seguridad por seguridad –a cualquier precio- promueve falsos positivos, chuzadas del DAS y un sinnúmero de atropellos mas (Claro, a nombre de la seguridad.) O la legalidad nos organiza como sociedad o la seguridad por sí misma, termina atropellándonos sin consideraciones de ninguna clase. Escogemos: un padre ordenador o un padre-madre caótica y sobreprotector. ¡Usted decide!