Lina Marulanda “obligó” a pensar. He allí su lección. El hecho de haber sido famosa hizo que reflexionáramos alrededor de lo que la cultura señala como éxito. Y es como si nos hubiéramos creído un cuento que empezó a tener final. O mejor aún, como si se nos hubiera quitado un velo y empezáramos a ver lo que no quisimos ver. En qué lugar está la trampa. ¿En lo que, ingenuamente, creímos que era felicidad o en lo que nos vendieron que era felicidad? Porque algo falló y es hora de encontrarnos con la verdad.
Aun cuando suene escandaloso, una persona famosa no puede ser feliz. La fama y la felicidad no van de la mano. Porque la fama, el éxito, o el reconocimiento, son ego a la enésima potencia y la paz, la felicidad son contrarias –opuestas- al renombre. La felicidad no pasa por el aplauso, el autógrafo, la foto o la publicidad. Tampoco por el carro, la chequera, la casa, o los objetos materiales. Sorpréndase, ni siquiera por la familia, por los hijos o por la pareja. No se construye en lo que se cree que soy. Los aplausos y los pantallazos son para el ego, a lo que creo diferente y especial, pero que en definitiva es el falso yo. En lenguaje espiritual la fama alimenta al ego. Y por allí no pasa la felicidad.
Todo aquello que la cultura describe como personalidad, como características propias y diferentes, son parte de los “adornos” con que el ego o personalidad busca enfrentar la vida. La fama es uno de ellos, de lo que disfraza la verdadera esencia. El ego es lo que no se es: lo artificial, lo externo, lo que distancia del verdadero ser. Por ello se alimenta de reconocimiento, de apariencia. Cuando se tiene “personalidad”, es cuando se cree que se tienen condiciones que distinguen del montón y se es famoso(a). Pero ser, lo que verdaderamente es, significa no ego, no nombre, no reconocimiento, mundo neutro, no importancia a cosas externas. Para un famoso es vital el nombre, el aplauso, la foto, el autógrafo, el reconocimiento: de eso vive, eso lo alimenta, eso le da figuración. No ser visto, no ser reconocido, es como una afrenta. Claro, a su ego, a la personalidad que ha construído con lo que cree que es y que el mundo le acrecienta. Un famoso vive y necesita su fama. Siempre estará al borde del precipicio: asustado de perderla y dejar de ser lo que cree que es y que en definitiva es falso y superficial. El ego se alimenta de aplauso y está a kilómetros del verdadero ser, de la esencia verdadera, a kilómetros de la felicidad. Para el famoso existir es tener fama. Deja de ser (casi que de existir) cuando no lo reconocen. “Desaparece” cuando no figura, cuando cree que se volvió invisible. De allí la fragilidad de su existencia. Es el reconocimiento lo que lo sostiene. Perder o fracasar es un golpe mortal a su ser artificial y es vital sostenerse en el mundo del “todo lo puedo” todo lo logro, todo lo consigo.
La felicidad -la paz- se construye sobre silencios, renuncias, desapegos, fracasos, tranquilidad, aceptación, mundo interior. Nada de artificios, moda, apariencia, aplauso, fotos, comentarios, reconocimientos, condecoraciones o pantallazos. Es total neutralidad, casi que una existencia plana, donde desde lo que soy como parte de la esencia divina, reconozco al amor universal (sin juicios ni expectativas) como el verdadero sentido de la vida. No es fácil pero, créame, los famosos no pueden ser felices mientras vivan del ego y del aplauso. Y para ser felices deben “desaparecer” del Olimpo del reconocimiento.
1 comentario:
Gloria... durante el corto mes que tuve la fortuna de estar cerca a Lina, ví en ella una mujer muy profunda, dulce y sencible.
Quisiera creer que ese impulso que la lanzó al abismo hubiera sido de afán para dejar su cuerpo terrenal y forzar así su paz...
:(
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