Vemos la cantidad de médicos y personal de salud enfrentados a
situaciones difíciles, por intentar salvar la vida de los enfermos. Pero no son
los únicos que por cumplir su objetivo profesional, enfrentan conflictos físicos
o legales. Defender un niño o una niña, desde la mirada psicológica también es
un riesgo en esta cultura. Digo mal, no sólo defender niños: abogar por los
derechos de las mujeres, o de seres en condiciones de indefensión, puede ser
absolutamente riesgoso para profesionales de la salud mental. El poder del
poder es aplastante y la idea de eliminarte así sea profesionalmente, es la
forma mas expedita de buscar su objetivo. No se acepta que se cometen horrores,
que existen abusos a nombre del afecto y que es necesario acompañar a personas
frente a situaciones denigrantes, quitándole poder al abusivo. En el tema de la
violencia intrafamiliar, repito, lo sorprendente es que los abusos se cometen a
nombre del afecto. Es como prostituir lo mas sagrado que puede guardar la
condición humana, el amor, ¿Confías en mi, me quieres? Entonces acepta todo lo
que yo hago y cállate…
He acompañado procesos terapéuticos donde niños y mujeres han sido
maltratados verbal, económica y psicológicamente. Procesos difíciles porque te
encuentras con vidas signadas por el sufrimiento y la impotencia. Las leguleyadas
para evadir responsabilidad son infinitas. Y claro, los ataques para los
profesionales que defienden no se hacen esperar. Es un atrevimiento cuestionar
el poder del poderoso. En los niveles que se quiera, el autoritarismo no acepta
ni diálogo ni revisión de su dominio. Por ello, la violencia del poderoso producen
tanta indignación. Aun mas, encuentras que las instituciones oficiales para la
defensa del agredido, están impregnadas de esa misma cultura de agresión y no
hay resonancia con el dolor. ¿De qué lado están? Defender a alguien que es
violentado, es un camino peligroso porque terminas “debiendo”, enfrentado a
miles de enemigos invisibles que te cobran la osadía de cuestionar el poder. ¡No
es fácil! Pero claro, no hay derecho a cansarse y lo mas valioso es el
resultado del proceso: encontrar que ese niño, esa niña o esa mujer respiran en
paz e intentan mirar hacia el futuro con mas tranquilidad. Así el profesional
quede “boleteado”, porque la institución poderosa que debiera defender al
agredido, se identifica con el agresor. Si recibes la historia de un niño
acosado psicológicamente por su padre, desesperado por su patología, el
profesional de la salud mental no puede deducir nada sobre ese padre tóxico. El
miedo del niño no puede explicarse desde la historia familiar si el agresor no
asiste a consulta. ¿Cuál lo haría? Es una cadena de violencia del patriarcado
donde la única manera de romper el círculo del abuso es con la denuncia, con la
palabra. Redes de apoyo, grupos de mujeres, señalamientos, son los soportes que
ayudan a alivianar el proceso.
¿Qué placer experimenta un hombre cuando abusa de una mujer o
cuando atropella al hijo? Su narcisismo
o patología se alimenta del maltrato, de ese falso dominio. Urge proteger a
niños, niñas y mujeres de esos individuos para que no terminen teniéndole miedo
a la vida. No importa que quienes los defendamos, enfrentemos peligros e
intimidaciones. El resultado, vale la pena.
Gloria H. @GloriaHRevolturas















