La llegada
de Diciembre produce variadas reacciones. De todo color y sabor. Hay quienes se
enloquecen de alegría con la sola mención de Navidad y hay quienes, por el
contrario aborrecen la proximidad de esas fechas. Con el agravante de que esa
cultura literalmente “asesinó” a Noviembre. El consumismo lo eliminó de un
tajo, dandole 60 días de vida a Diciembre para zambullirnos en un espiral
enloquecedor. No se necesita ser psicólogo para deducir lo que produce la
saturación. De cualquier elemento o especimen. Estamos abocados entonces a la locura de
Diciembre sin posibilidades de sobrevivencia cultural. El muñeco Grynch es la
prueba literal de que no todo es diversión y felicidad. Y en este mundo donde
muchos quieren “diferenciarse” el odio (o mas suave), el desprecio por la Navidad
puede ser contagioso. ¿Podrá detenerse?
Los
motivos pueden ser infinitos. Y quien lo creyera, el mismo consumismo loco y
desbordado puede ser una de las causas de su “asesinato”. ¡Qué hartera!
Diciembre se volvió una feria comercial. El sentido de la Navidad se ahogó ante
el peso de las compras, las carreras, los tumultos, la escasez de plata y hasta
el mismisimo black friday. Pero también, sin lugar a dudas, una causa muy
marcada son nuestros recuerdos de infancia. ¿Qué calidad de vida se tenía en esas Navidades?
¿Cuáles recuerdos nos acompañan desde entonces? Revisar el pasado es doloroso
pero necesario. El interés por hacerlo no se reduce a la fantasía de
modificarlo (no se puede) o eliminarlo “del todo”, pero sí se puede aprender de
lo vivido. Lo más valioso de la historia personal es que sirve para crecer. Es
valioso si se la sabe “leer”, para que nuestros hijos e hijas tengan mejor
calidad de vida. Si para que ellos tengan mejores condiciones y puedan vivir en
paz, con la disposición para ser felices, es necesario que sus padres hayan
aprendido a través del sufrimiento, entonces está justificado el doloroso aprendizaje
de los mayores. ¡Es evolución!
Nuestra
responsabilidad como padres es cuidar, al menos en forma consciente, la vivencia de sus Navidades. No se puede
evitar que algunos de los seres que amamos muera en Dicembre: son las
circunstancias que se deben aceptar aun cuando desgarren el alma. Pero también alguna vez
escuché la historia de una niña cuyos padres en Diciembre, por castigo, le
regalaron un bulto del carbón. Al lado de las bicicletas. patines y muñecas
para sus hermanos y hermanas, ella tuvo como regalo el agresivo presente. ¿Qué clase de Diciembre
pudo registrar el resto de su vida en “su computador interior”? Y aun cuando
existan terapias y psicólogos que ayuden a reparar el dolor, la huella es
imborrable y acompaña el resto de la existencia. ¿Se justifica?
Los
buenos recuerdos no son sólo con regalos. Si se deben asumir decisiones
dificiles, una separación por ejemplo, valdría la pena esperar e intentar
llegar a Enero para enfrentar ese momento. Veinte o treinta días más, es la
distancia entre construir un buen o un mal recuerdo. Una separación vivida en
Diciembre es la manera más contundente de inyectar veneno en posteriores
Navidades para los miembros de la familia. Vale la pena pensar en los recuerdos
que se crean. Un niño, una niña, un adolescente, un adulto cerca a nosotros,
agradecerá que le “cuiden” sus Navidades...

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