Frank Sinatra, John Lennon y en nuestro medio, por nombrar alguno,
Diomedes Díaz, a quien afortunadamente se impidió que se hiciera una
condecoración a su nombre. Famosos cuyas
vidas personales son un desastre, o como dice Helena Manrique en Lecturas de El
Tiempo “personajes alumbrados por la ignorancia de sus actos, que de la mera
anécdota tendrían que haber pasado a la parte penal”. ¿Por qué los endiosamos?
¿Por qué los dividimos?
Acaba de suceder con Farid Mondragón, quien pudo haber sido un
excelente deportista pero pareciera que su confusión emocional es fuerte. No es
un secreto que sus actuaciones personales lo delatan. Porteros de edificios,
intransigencia pública, correos, comentarios de amigos y conocidos, registro de
revistas, varias situaciones manifiestas en bares y restaurantes, “hablan” de
su comportamiento. La fama no da licencia para permitir excesos o para creer
que todo debe darse como se espera. La fama marea, endiosa, hace creer que
“todo lo puedo”, “todo lo merezco”. Encontrar obstáculos (personas) que no
juegan “el juego” puede ser desesperante. Los ídolos a veces tienen pies de
barro. Los errores de los protagónicos son de la misma “clase” que los de los
demás mortales. Endiosarlos es “quitar” su lado humano, asumir que están
fragmentados y sólo vale lo que brilla, no lo que se guarda. Jung llamaba a esa
parte “la sombra”. Y famosos o no, todos la tenemos. La responsabilidad
grandísima de los Medios es precisamente esa, no fragmentarlos, no dividirlos:
el que brilla en la calle es el mismo cuya oscuridad interior, aun cuando se
conozca, no se “registra” para no opacarlo. ¿Acaso la fama da licencia para
“borrar” el comportamiento que a otros anónimos se les cuestiona y se les
reclama?
En teoría un narcisista nunca pierde, nunca acepta la derrota y
cuando se siente demasiado comprometido por sus actitudes y comportamientos
puede optar por el victimismo. De victimario pasa a víctima. Ahora entonces es
“pobrecito” y cree que así “borra” lo anterior. ¿Cómo me cuestionan si estoy
tan desamparado? Puede “salpicar” a otros y cuando no consigue que las cosas
“salgan” como se desea se apela al victimismo para “reparar” la falta e
intentar “reducir” las acciones negativas.
Los famosos son humanos y disculpar sus actuaciones patológicas es
una manera de practicar una doble moral. Claro que tienen derecho a su vida
privada, a sus desmanes y a sus errores. Lo que genera inquietudes es
mostrarlos como modelo ¿de qué?, o -peor dolor-, justificar o disculpar sus
actos grotescos porque son famosos. Entonces lo que interesa en este mundo de
doble moral es ser protagónico puesto que con ello me “puedo comer al mundo”.
Pero la fama tiene un precio. Sus vidas están “expuestas” a la mirada de todos
y así como reciben alabanzas también reciben críticas. Les encanta el aplauso,
el reconocimiento, pero pareciera que “solo” lo aceptan para lo que ellos
quieren. La sombra de sus vidas no debe merecer luces. La conducta negativa de
un famoso es mas grave precisamente porque como brilla su repercusión es mayor. Lo difícil claro, es la coherencia. No
se debe tener una “mirada” fragmentada sobre el famoso, a quien admiramos por
lo que hace pero no por lo que es, lo que realmente importa. O nos quedamos con
el disfraz...
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