Ha sido
la Maestra por excelencia. Incolballet es su obra, su trabajo mas admirado y
muy seguramente no existe, no puede existir, alguien que ponga en duda su
talento. Durante años ha brillado con luz propia, ha formado discípulos y
bailarines para todo el mundo. Es innegable su capacidad de creatividad y
construcción en lo que se propuso. El nombre y el prestigio profesional de
Gloria Castro están por encima de cualquier consideración negativa. Pero…
No sucede lo mismo con su actuar personal. Personas tan brillantes,
capaces y “únicas” corren el riesgo de que toda su genialidad se convierta en
prepotencia. Sus condiciones profesionales pueden “marear” al ego, ya de por si
narcisista, y considerarse entonces irreemplazables. Como si humanamente eso
fuera posible. Como si existiera algún ser humano que no tuviese sustituto.
Paradójicamente en las especialísimas condiciones de excelencia de Gloria está
también su mayor defecto. Y debo confesar que me impresionó sobre manera que
tratara de “enlodar” a la persona que fue escogida para reemplazarla en la
Institución que ella formó sin importarle que su actuación “dañaba” a la
Institución de sus amores. ¡Cómo así! ¿Entonces ni siquiera importa que se
lastime a Incolballet con tal de “demostrar” que ella es irreemplazable? El
diccionario tiene una palabra que define su actuar y creo que “casa” como
anillo al dedo. Mezquindad, de mezquino. Al pié de la letra significa
miserable, ruin, falto de nobleza y moralmente despreciable, pequeño, diminuto,
cicatero, sórdido, tacaño.
Nicanor
Restrepo brillante, especial, supo retirarse para servir de otra forma. Juan
Gossaín también lo hizo. Y a la lista se suma Hernán Peláez y no se cuántos mas
hombres y mujeres geniales que supieron deponer su prepotencia para dar paso al
proceso normal de la vida. Cuánto mas habrían podido enseñar desde sus puestos
estos estupendos formadores pero sin embargo, supieron retirarse a tiempo,
dando un paso al costado. Pero lo hicieron con la gallardía de personalidades
integrales donde no sólo importa lo que se sabe sino también lo que se es.
La
pequeñez de espíritu puede llevar a la hartísima comparación de Gloria Castro
con el Magistrado Pretel. La una, con obras maravillosas y el otro con
actuaciones dudosas, pero ambos en igualdad de condiciones “atornillándose” a
los puestos sin medir el “daño” que se les puede hacer a las instituciones. No
importa. “Yo tengo la razón y aquí me quedo” pareciera ser su consigna. Y
entonces son momentos como estos donde se retrata de cuerpo entero cómo es
nuestra personalidad, qué tan grande es el narcisismo interior y hasta donde
puede llevar nuestro ego a enredar la vida de los otros para demostrar… ¿qué?
El
narcisismo es el mal de nuestra época. Brillar, aparecer, figurar, dirigir,
controlar pero nunca desaparecer. El narcisismo puede carcomer la genialidad
porque pierde el maravilloso encanto del respeto por el otro. La soberbia del
conocimiento va en contra vía de la humildad que entrega la sabiduría, porque
una cosa es conocer y otra vivenciar. Pareciera entonces que en la última etapa
de vida, nos tocará decidir en que grupo nos matriculamos: si en el de los que
saben renunciar, dar un paso al lado, o en el de aquellos que se consideran
irreemplazables porque el poder y el control los obnubila. “Nadie como yo”.
Además, me parece de “pésima presentación” que se hable mal de quien nos va a
reemplazar. ¡Poco elegante! Es algo de una prepotencia única, habla muy mal de
quien se va. Y enreda infinitamente la institución que se está dejando con
“tanto prestigio”. Denigrar del sucesor porque no es “el que yo esperaba” no
solo es un acto casi dictatorial –si la empresa no es mía, debo aceptar otras
miradas-, sino también un reflejo de inseguridad mayúsculo. Falta de gallardía.
Otros u otras “miran diferente” y eso de por si es ya enriquecedor. Porque
instituciones congeladas pierden la
opción de nuevos vientos.
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