Los
recuerdos es lo que nos queda de las experiencias. Lentamente se van acumulando
y forman la estructura de nuestra vida. No siempre permanecen “encendidos”
porque se van quedando allí, en la trastienda, en el inconsciente, a la espera
de algún acontecimiento que los “prenda” y vuelvan a asomarse. Mientras, sólo
están allí, solapados, dormidos, a la espera. Y llega el acontecimiento, por lo
general una celebración, un aniversario o la muerte, para que entonces,
“aparezcan” y lleguen con la ingenuidad de la juventud, o con la confianza de
épocas pasadas donde pareciera que todo era “tan fácil”. Los recuerdos del colegio, de la
adolescencia, de la Universidad, allí están. Sólo que el presente es tan
abrumador, tan arrollador, que no da tiempo para recrearse en lo que ya vivimos
y forma parte de lo que nos construyó. Basta una excusa y otra vez, como en una
película, empiezan a desfilar…
Acompañando
el féretro de Marta Carvajal volví a sumergirme en esa época escolar, el
Sagrado Corazón, las compañeras de clase, las de siempre, las que existen ya con su propia vida, a veces
tan lejanas, tan desconocidas hoy en día. Pero hay un pedazo de sus vidas que
yo conozco, un pedazo que también es mi vida, lo que compartimos, la época en
que nos formamos y crecimos juntas. Ellas tienen parte de mi existencia como yo
tengo también parte de la de ellas. Las vivencias forman los recuerdos donde
cada una puede tener piezas del rompecabezas que a mi me faltan y
viceversa. Observar sus vidas es mirar
un poco la propia vida. ¿Qué quedó de aquellas que me acompañaron? ¿Las puedo
reconocer o sólo puedo acercarme a las fotografías de la época porque todo lo
demás de sus vidas me es extraño, distante, indiferente?
Las
mamás de las amigas también conocieron nuestra propio cuento. En las casas de
ellas dormimos, desayunamos, compartimos. Horas de estudio, fiestas, el comedor
auxiliar, las empleadas que eran tan familiares, ¿cómo no reconocer nuestras
vidas en esa historia? ¿Como no sentir su partida como una parte de nuestro
relato que también se está yendo? No enterramos a la mamá de una amiga, no,
vamos desprendiéndonos de pedazos nuestros adheridos a la mamá de la amiga que
hoy se marcha primero, tal vez, para tenernos “la casa lista” como tantas veces
sucedió en esta dimensión terrenal. Morir es el regreso a casa y estas mamás y
papás, otra vez, nos preparan el camino, vigilan que nuestra llegada sea
acertada, alistan la mesa, adecúan la casa…qué tranquilidad saber que ellos ya
están allá listos para darnos la mano y acogernos, como en vida siempre
sucedió. La muerte no es una desgracia, ni un final trágico. Sólo es un cambio
de dimensión, desencarnar, y cada vez que los seres que amamos se van primero,
lo único que hacen es “despejar la ruta” para que sus hijos e hijas puedan
“llegar con tranquilidad”. Nos están esperando, arreglan la casa. Todavía
“esperamos” tener mas futuro que pasado por eso todavía no es época de
añoranzas y seguimos mirando para adelante. No pienso que toda época pasada fue
mejor o peor. No. Lo que hace
valiosísimo el pasado es que nosotros “vivimos” esa época y por lo tanto la
reconocemos como propia. Ahora sólo queda esperar.
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