El maquinista del descarriado tren de Salamanca,
en España, hace unos días, lo dijo de la manera más natural que pudo. “No sé
qué pasó, yo no estoy loco, de pronto sucedió”. Sin embargo, su inconsciencia
costó más de 80 vidas. Reacciones automáticas que impregnan la vida de
cantidades de personas. Lo delicado es que termina siendo la misma respuesta de muchos, frente a acontecimientos
trascendentales o a nimiedades que a diario suceden. “No sé qué pasó”. “No me
di cuenta”. En automático, como robots, se vive la vida en una total
inconsciencia. Me imagino que muchos de los ebrios al volante también actúan en
automático. Estar “dentro” del cuerpo pero totalmente robotizados es parte del
comportamiento que tipifica a los seres de la era tecnológica. Tenemos un
empaque, el cuerpo, pero estamos atrapados en él, lo que no impide que podamos
manejar aparatos y aparatos, hundiendo botones, moviendo teclas o tocando
pantallas. ¡No se necesita más! No hay tiempo para pensar ni para crear.
Idiotizados. Como si estuviéramos hipnotizados. ¿Y qué tal el ejercicio de
twitear? Allí si está la prueba mas contundente de nuestro automatismo cuando
lo instantáneo se manifiesta en la conexión de nuestro cerebro reptiliano con
la acción, sin mediar ni un solo minuto de reflexión.
Alguien decía que conciencia es una palabra que
se refiere a complicidad entre el mundo exterior y el testigo interior. Algo
así como tener, dentro de nosotros, un observador que nunca pierde de vista su
oficio y siempre está atento. Ayudando a caer en cuenta, a permanecer como
testigo de nuestra vida y por lo tanto no puede distraerse ni automatizarse.
Tiene que llevar un registro de nuestras acciones, de allí su nivel de
conciencia. Debe observar cada minuto, cada segundo, porque en un instante de
descuido, nos podemos perder y caer en
el automático. Está atento: ¡allí hay conciencia!
Pero no es fácil vivir así. Aun más no lo
enseñan: ni de niños, ni de adultos, no se educa para vivir con conciencia. Por el contrario
pareciera que la consigna cada vez mas es automatizar, volvernos parte de una
red, de una masa, donde todos hagamos lo mismo. Pensemos lo mismo, sintamos lo
mismo, hablemos lo mismo. La
vida en automático es un escape, la forma más elemental de evasión. Miedo de
tener eco interior, miedo a tener conciencia. No se educa para mirar para
adentro sino para hacer cosas, ser eficiente y producir resultados. En un mundo
“externo” no hay tiempo para pensar y mucho menos para tener silencios. Hay que hacer muchas cosas y ojalá al mismo
tiempo: esto, diría la cultura, es inteligencia, eficiencia, éxito. Usted es
una “máquina de trabajo” y se prueba que es muy “valioso” porque al finalizar
el día su balance de actividades es apoteósico. Pero…la fragilidad interior es
aterradora. No sabe por qué vino a este mundo (¿se lo ha preguntado?) no sabe
cuál es el sentido de la vida y menos aún se le ocurre pensar en la muerte. Se vive en un presente eterno. Pero no en el
presente con conciencia sino con el presente “aturdido”, sin caer en cuenta de
dónde se viene y para dónde se va. Congelado, como si estuviera anestesiado. Sin
embargo, lo importante al existir, es tener conciencia de que las acciones
humanas deben tener un sentido, saber que vinimos a algo y que estamos de paso,
para “regresar a casa”. Salir del automático, misión necesaria, indispensable y
salvadora si queremos sobrevivir en un mundo cada vez mas robotizado. Los
zombies del mundo de hoy sólo podemos superarlos con momentos de conciencia. No
es fácil pero hay que atreverse. Hay que salir del automático...