Depende desde qué lugar se hace la pregunta. Para mentes comerciales o
utilitaristas, tendría un sentido práctico y concreto. Debe producir dinero y ganancias
económicas. O en su defecto, debe tener algún efecto “medible”. Como por
ejemplo, época para descansar y salir a vacaciones. O para hacer “policía” y
organizar closets y rebrujos. Si usted no tiene ningún sentido religioso puede
convertirse en la época en que la gente se da regalos e intercambia comida.
Total, muchas soluciones dependiendo de quién lo cuestione. Incluída la
posibilidad de que todas las respuestas nos dejen un sabor amargo. Como si
quedara “faltando” significado. Como si al final de los días navideños surgiera
inexorablemente la frase ¡eso fue todo!, con mas sabor de expectativa frustrada
que de satisfacción conseguida. En especial, cuando empiezan a pasar los años y
se ha sido testigo de muchas Navidades, la sensación puede ser “aburridora”.
Otra vez, “más de lo mismo”, sabiendo que el resultado nunca ni jamás es lo
esperado. No fue lo soñado, ni fue de la dimensión que muestran las propagandas
y los centros Comerciales y las luces multicolores. ¿Qué pasa con la Navidad?
Para explicarla “materialmente” la manera más sencilla es definirla
como un “ritual” y de esa manera adquiere un significado. Ritual que significa
ceremonia periódica que interrumpe la rutina y empieza a tener visos de sagrado
en cuanto es imposible de suprimir. Así como la Naturaleza tiene sus propios
ciclos alternos que le permiten la renovación de la vida, de igual manera los
seres humanos que somos naturaleza, debemos construir rituales que interrumpan
la cotidianidad. Por lo tanto la Navidad es necesaria. Las modificaciones que
se hacen dentro de la rutina y que implican un cambio de actividades
corrientes, son primordiales como requisito básico de salud mental. El rito
navideño oxigena tanto el desempeño cotidiano como también el mundo interior de
cada quién.
Pero no se le puede
eliminar el sentido de trascendencia, de conexión con otros significados puesto
que no somos sólo seres concretos y materiales. Como escribiera algún filósofo
“estamos a la mitad del camino entre los dioses y las bestias”. Hemos dejado de
ser bestias (¿sí?) pero todavía no somos dioses. O peor aún somos mitad bestias
y mitad dioses. A fin de cuentas la distancia que existe entre el ser humano y
los dioses no es mucho mayor que la que existe entre el ser humano y las
bestias. Pero nosotros decidimos cómo nos comportamos, ese es nuestro libre
albedrío, decidir de qué lado estamos. La Navidad puede ser celebrada como una
circunstancia en la que “las bestias” se acercan a comer, a beber, a
reproducirse, a automatizarse en compras sin sentido, a aturdirse desde por la
mañana hasta la noche. O por el contrario, podemos dejar salir la parte divina
que poseemos y darle un sentido trascendente. De alguna manera en el proceso
evolutivo aun cuando nos “tire” la
bestialidad, nuestro destino es crecer para lograr conectarnos con el espíritu
o la energía o el dios en quien creemos. El sentido de querer acercarnos a la
energía divina es el único que nos ayuda a percibir la Navidad con otra mirada.
De lo contrario la sensación de hartera o aburrimiento es eminente. La Navidad
tiene significado sólo como el ritual que interrumpe la cotidianidad y nos
acerca a lo trascendente. Hay que dejar brotar lo divino que somos para
encontrarle sentido a lo que hacemos. Es la única manera de luchar con el
hastío y lograr que Diciembre tenga un significado que produzca paz en el
corazón.
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