Adam Lanza, el muchacho de 20 años, el tímido y
casi autista joven, que no tenía amigos ni contactos en redes sociales, el que
mató a 26 personas en USA, es un
excluído. Para muchos es un monstruo, un ser indeseable, un paria. Pero, como
tantos otros seres, por enfermedad, por situaciones familiares o por
intolerancia social, no “encaja” dentro de nuestros parámetros culturales y
lleva el sello de la discriminación. Adam no era parte de la sociedad porque,
según las noticias, nunca se sintió “acogido” por una cultura que discrimina lo
diferente, lo “raro”, lo “anormal”.
¿De qué tamaño es nuestra lista de excluídos? ¿Cuántos
de estos crímenes impactantes han sido realizados por seres que no logran
encajar dentro de lo social? ¿Cómo se construye una exclusión? ¿Qué tan
responsables somos de generar exclusión? Los modelos de comportamiento, de
moda, de actitud, de físico, de sexo, todos aquellos parámetros de “adaptación”
o aceptación, tienen un veneno colgado en su cuello: señalan lo que es correcto y rechazan lo que
no encaja en su modelo. Resultado, la exclusión, todos los seres que no
“logran” ser aceptados por la cultura de lo correcto, lo adecuado, “lo normal”.
La exclusión es una de las peores plagas de
nuestro mundo. Y entre mayor sea el tejido de la comunicación por Medios, o por
redes, o por la modalidad que sea, más penetrante se vuelve la exclusión por la
notoriedad que adquiere. Qué paradoja,
entre mas luces y cámaras existan, mas brillan los excluídos, pero no
para nosotros los que nos creemos incluídos, sino para ellos, los excluídos,
porque de mayores dimensiones se vuelve su aislamiento. En un mundo más anónimo
menos brillaba la exclusión…ahora, todo la destaca. La gordura, la abundancia,
el éxito, el fútbol, la nacionalidad, el barrio, la belleza, el pelo, la moda,
los carros, el colegio, las religiones, el sexo, las ciudades… ¿Cuántos
excluídos alimentamos a diario?
La única manera de combatir la exclusión es con
el respeto por la diferencia. La solidaridad combate la intolerancia. El
muchacho Lanza se suicidó, pero ¿cómo tratamos a los seres que consideramos
“malos”? Y si no se hubiera suicidado, ¿cuál sería el trato? ¿Qué pasó con el
noruego? ¿Definitivamente creemos que existe la maldad, seres malos, o lo que existe son personas enfermas que no pudieron
manejar su angustia, su miedo, su exclusión? La víctima no existe sin el
victimario, Palestina no existe sin Israel y viceversa y así en cada extremo de
la dualidad hay quien alimenta el monstruo y el excluído, a su vez, alimenta el
rechazo. ¿Cómo superar la dualidad?
La única forma es con un cambio de mentalidad. No solo por miedo, por el
temor de que el excluído “cobre” su situación, sino por solidaridad, por la
comprensión de que somos seres en continua comunicación social, seres que no
existimos aislados sino en función de que el otro u otra. Cada excluído, cada
exclusión tiene “patrocinadores” y la sociedad, usted, yo, cualquiera que
“juzgue” la diferencia, alimenta la exclusión. La nueva mentalidad conlleva una
conciencia de unidad porque se respeta la diferencia. La nueva era, el nuevo
mundo, es aprender a convivir de otra manera. En definitiva para lo único que
vinimos a este planeta es para practicar el amor incondicional, así hoy le
pueda sonar como cursi. Pero es el único camino de construir una sociedad donde
la diferencia no signifique una exclusión. Y donde todos podamos convivir
aceptando que lo que no es igual a mi no es reprobable. Sólo son ocasiones
maestras para aprender el verdadero sentido de estar aquí…