Aun cuando utilizamos
el mismo lenguaje, aun cuando somos contemporáneos, aun cuando presenciamos los
mismos acontecimientos, no todos “entendemos” lo mismo. No es la inteligencia
la que nos maneja o diferencia. Lo que hace que cada quién tenga su propia
visión, su propia creencia, está determinado por su nivel de conciencia. Algo
semejante a los estudiantes de un colegio: no todos captan de la misma manera,
dependiendo del curso en que estén matriculados aun cuando puedan tener los
mismos profesores.
Pero claro, lo que
cada quien capte y manifieste ya en su comportamiento o en palabras, es una
radiografía de su desarrollo evolutivo. Como los espejos con los que trabaja
Santiago Rojas, al colocarlos sobre el cuerpo y “retratar” la enfermedad, de
igual manera nuestras creencias retratan el momento de evolución en que vive
cada uno. De allí que pretender que 45 millones de personas actúen igual es una
utopía. Anhelaríamos sí que la mayoría hubiera vivido ya los niveles
“primarios” de la evolución para aceptar que convivir no es destrozar al más
débil. O que la única manera para sobrevivir es acorralando o violentando al que
no piensa como yo. Por eso la paz es un tema pluralista y cada quién puede
tener su “visión” de cómo quiere la paz. Lo valioso es que queramos la paz
desde nuestro mundo interior, desde donde verdaderamente significa anhelar paz.
Pero hay quienes conciben la vida como una eterna lucha, como una guerra, donde
siempre hay que estar defendiéndose. Siempre hay alguien que ataca y persigue,
siempre existen malos y buenos y siempre hay que estar prevenido. Todo el que
se acerca es un potencial enemigo. Pertenece esta posición a los niveles más bajos
de conciencia, niveles elementales de sobrevivencia, donde todavía no existe
vivencia de solidaridad o compasión. El mundo es un enemigo, los demás son
guerreros que atacany como en la prehistoria, cualquiera que no pertenezca al
entorno conocido es un posible depredador.
Si tenemos rosas y
las encerramos en una bodega, por hermética que esté, afuera se sentirá el olor
de las rosas. Si por el contrario, lo que guardamos en esa misma bodega, por
muy bien cerrada que esté, son depósitos de basura, afuera olerá a basura. Como
quien dice, en el exterior huele lo que hay en el
interior. Ninguna pared, ningún hermetismo, así sea físico, logra impedir que
se respire de lo mismo que existe en un espacio cerrado puesto que es imposible
detener energías, percepciones, olores o situaciones así creamos que una pared,
o una barrera física las detendrá. Las máximas universales dirían que
"para todo afuera hay un adentro, y para todo adentro hay una afuera y
aunque son diferentes, van juntos". Entonces, impacta encontrarse con
personas que pareciera que destilaran veneno. Como si su “olor interior” fuera
la rabia, el odio, la retaliación. ¿Qué es lo que cobran y a quién se lo
cobran? Tienen derecho a su incomodidad, es parte de su proceso. Pero le
apuestan a lo negativo, a lo que falta, a lo que no se hizo, a “cobrar” las
dificultades. Y si no existe conciencia de lo que destilan, se corre el riesgo
de que “el mal olor” se contagie. De allí la importancia de hacer consciencia
de quienes nos rodean: los que odian y destilan ira o los que le apuestan a la
convivencia y solidaridad.Si en el corazón se anida tanta rabia es claro que
los pendientes personales se proyectan al exterior y se cree que son los otros
los que hacen daño o se equivocan. Pero
la paz, como tantas otras actitudes, comienza por casa. La casa interior…
No hay comentarios:
Publicar un comentario