lunes, 29 de abril de 2013

Carta a la carta de Santiago


Santiago Cruz, periodista de este diario, le escribió una carta a Melanie, la niña asesinada a golpes, comprometiéndose a aclarar los motivos de su muerte. Como en un rompecabezas al que se le van juntando piezas, Santiago habla de su padre, su madre, el colegio, la madrastra, el ICBF, en fin todos los posibles protagonistas del drama. Y claro, la sociedad…es decir nosotros, los que estamos aquí “leyendo” el periódico o viendo la información en la tele. ¿Quién es el culpable o el responsable de este asunto? Que no es un único asunto sino miles más, donde niños y niñas son agredidos por padres y madres o profesores o vecinos o cultura. ¿Qué hacer?
El papá, la mamá, la madrastra, son solo “piezas” del rompecabezas, donde ellos muy posiblemente también son víctimas de situaciones de agresión. Adentro de todo victimario hay una víctima y dentro de cada víctima existe un victimario en potencia. ¿Cómo detener este espiral? En Psicología se trabaja con el árbol genealógico como una manera de hacer conciencia de las fallas de nuestros antepasados para no seguirlas repitiendo. Tomar conciencia de ellas es una manera “rápida” de mirar cómo nos afectan nuestros ancestros. Qué tanto de su historia está pendiente en nuestra vida y cómo repetimos sus errores. Algo parecido a un “alma familiar” a la que estamos ligados y por la cual también debemos responder. Así como todo colombiano que sale del país “siente” el peso de la nacionalidad en cualquier aereopuerto del mundo (con razón o sin ella), igual somos parte de la familia y sólo actos de conciencia y reparación nos liberan de los pendientes de esa historia. El sentido comunitario, global o cósmico, donde nos reafirman como parte de y no como seres aislados. El efecto dominó o la repercusión cuántica de que todo está ligado…
¿Qué hacer Santiago? No es fácil la respuesta. Creo que sólo la “construcción” colectiva nos puede llevar a mejorar el futuro. Y esa construcción tiene que llevar a todo aquel que sienta la preocupación o el dolor o el sufrimiento a comprometerse individualmente a no agredir, a no lastimar, a no fastidiar. Pero no porque exista una ley que lo prohíba, sino porque desde nuestras entrañas sentimos que no podemos continuar siendo parte de esta locura colectiva. El bulling de los colegios, por ejemplo, es un efecto del bulling social que indirectamente todos patrocinamos y aumentamos. Los presidentes se agreden, existe un “respetable” periodista que desde su columna semanal se burla, agrede, injuria a quien se le ocurre y “todos” nos reímos de su “agudeza mental”. Eso es manoteo social. Esa es nuestra complicidad pasiva. No, no es censura de prensa. Pero si existen mecanismos de “no agresión” que pueden silenciar su bulla. Basta con no leer, no sintonizar o no oír. Debe existir un pacto colectivo, pero inicialmente individual, de comprometerse con la no violencia, con la no agresión. ¿Qué tanto estamos dispuestos todos, desde el lugar en que existimos, con ese compromiso? ¿Qué tanto estamos dispuestos a revisar nuestras formas “sutiles” de violencia y agresión? Si no es de esta manera Santiago, encontraras ahora un responsable, un eslabón, que de pronto también fue víctima de violencia, será castigado, pero el monstruo sacará la cabeza por otro lado. Y seguirá  y seguirá… sólo cuando seamos conscientes de nuestro grado personal de violencia y agresión, podrá existir luz al final del túnel. La violencia es una espiral, un círculo infinito, que sólo podrá romperse el día que cada quien sea consciente que la violencia es una responsabilidad, antes que nada, individual…de cada uno, de cada quien.

martes, 23 de abril de 2013

Aquí ¡somos así!


El enfoque psicológico no sólo se “usa” en el interior de un consultorio. Su aplicación debe ser continua y se realiza en cualquier escenario. La psicología por lo tanto, no es un vestido que se pone o quita de acuerdo a las circunstancias. Al grano: hablamos de madre patria, del terruño, de las raíces con el lugar donde se nace y se pertenece. Esa “madre” región nos da identidad, nos vincula y debe tratar a todos sus hijos por igual.  Se porten bien o se porten mal. La madre genera pertenencia, construye vínculos y debe (al menos intentar) manejar a todos sus descendientes con el mismo rasero. No puede tener hijos de primera y de segunda categoría. Es imperdonable. Así no se lo crea, debe disimular y generar igualdad. Esa es una madre consciente y responsable.  
La Unidad de Acción Vallecaucana realizó un homenaje a los vallecaucanos bien posicionados en Bogotá. Era un homenaje a los “hijos e hijas” de esta región. No se estaba evaluando ni su desempeño, ni su trayectoria. El Valle del Cauca quería decirles que los felicitaba por sus cargos, por la representación que tenían de la región y les agradecía “ser de aquí”. Solo que esta “madre” por hacerlo bien, no lo hizo tan bien. Marcó exclusiones. Esta mamá-región discriminó a los que consideró (¡) se habían portado mal y los “desconoció”. Clasificó en buenos y malos y decidió excluir a los que creyó no “merecían” reconocimiento. Como si el reconocimiento con la madre región se lo diera la trayectoria no la pertenencia, situación bien compleja que genera  unas preferencias demoledoras en la “familia vallecaucana”. ¿Qué sucede en el interior de un hogar cuando se excluye a un miembro de ella? ¿Qué sentimientos de pertenencia, rechazo, odios, rencores o enemistades entre los hermanos o hermanas produce el privilegio de la madre a alguno de sus hijos?
A los vallecaucanos escogidos se les reconocía por su cargo y por su pertenencia. Roy Barreras, con oficio de Presidente del Congreso, fue excluído porque se juzgó su desempeño político no su cargo y su vínculo con la región.  Así  para la gran mayoría, Roy no lo esté haciendo bien, es ¡vallecaucano! Y el homenaje era para los originarios del Valle que tuvieran un puesto representativo en Bogotá.  Pregunto: ¿cuál era el sentido del homenaje? reconocer, evaluar, premiar o generar sentido de pertenencia. También se excluyó a Adriana Barragán, (¿por ser hija de político?) siendo vallecaucana y con cargo de renombre en Bogotá.
Las exclusiones, a cualquier nivel, son peligrosísimas. Inmediatamente se “construye” una deuda, un pendiente, que se debe pagar. O esta generación o las próximas porque los pendientes comunitarios o familiares energéticamente son ineludibles. Es la manera como se aprende y se equilibra. Si en el Valle nos excluímos los unos a los otros, “pagaremos” esa exclusión aquí o en otro escenario. Es posible que  desde ya los vallecaucanos lo estemos viviendo sintiéndonos marginados. Es obvio que no tenemos sentido de pertenencia, los hechos son contundentes. Preferimos, por ejemplo, lanzar los Juegos Mundiales en Bogotá y no en Cali, porque es mejor que los de afuera conozcan los logros antes que en el propio terruño. Pueden más las apariencias que los vínculos. Es la manera como el Valle se mira y se reconoce. Ni Barranquilla entregó la organización de su Bicentenario a instituciones ajenas a Curramba. Todos lo hacen con orgullo regional. Cali no. Así somos aquí. El estigma de cómo somos lo pagaremos generación tras generación mientras no aprendamos a reconocernos de otra manera. ¡Cuánto falta el sentido de pertenencia a la madre-región que nos parió!

lunes, 15 de abril de 2013

Paciente: Alvaro Uribe

Si se hiciera una encuesta entre psicólogos y psiquiatras sobre el comportamiento actual de Alvaro Uribe, estoy segura que el expresidente saldría catalogado como paciente con necesidad de ayuda profesional. Independiente de  factores políticos para los especialistas en salud mental, las actitudes de Uribe deben ser patológicas porque su obsesión por el poder y las dimensiones de la rabia que lo motivan dejaron de ser un comportamiento  individual para convertirse en un “peligro” para él y los que lo rodean. Cuando una persona se obsesiona por un tema pierde el sentido de la realidad y cree que el mundo es como él lo imagina, de allí que se desenfoque y no mida las consecuencias de sus actos. Está fuera de lo real porque él es el que crea la realidad, la que él supone  viven todos los que lo rodean. Este es un comportamiento enfermizo que enfrentan personas desde un narcisismo extremo donde el mundo debe girar en torno a ellos. Y claro, donde la figura de un padre excesivo en rigidez y disciplina marca el carácter del niño hasta volverlo un hombre terco, obsesivo, furioso y desenfocado. Atrás hay un miedo inmenso, un abandono afectivo y una necesidad compulsiva de ser “mirado” para poder sentir que la vida tiene sentido.
Todo lo que significa autoritarismo, rigidez, terquedad, están marcados por el padre (superyó) que se extralimita en el nivel de exigencias con sus hijos.  Esta actitud paterna marca el carácter de Uribe con una “devoción” extrema hacia su progenitor, para inconscientemente esconder los sentimientos que pudieron generarse ante una figura tan autoritaria y castradora como el patriarca Uribe. La historia familiar de Alvaro Uribe está marcada por la dureza de parte de su papá hacia sus hijos. En Medellín conocen de la forma extrema como éste los crió, con exigencias de disciplina propias de un regimiento militar, pero no aptas para educar niños. Levantadas a la madrugada, exigencias de comportamiento sin tacha, para forjar caracteres sin flexibilidad. El mundo es blanco o negro, ¡no hay grises! Pero Alvaro Uribe (como cualquier humano con pendientes en su historia) “invierte” los sentimientos y es ahora un amor excesivo al padre lo que lo lleva a idealizarlo, a identificarse con él y a “repetirlo” en su comportamiento. En Psicología se diría que es una manera de exorcizar su rabia: “si soy como él, ya no lo odio y puedo ser tan poderoso (y maltratador como él)”.  Claro, nada es absolutamente negativo ni positivo y de un comportamiento extremo se pueden obtener también resultados. Alvaro Uribe en su primera fase, mientras se tomaba confianza, se obsesionó por los guerrilleros que asesinaron a su padre, como único problema en Colombia (hay que pelear, defender, agredir, violentar). La corrupción se lo comió vivo mientras que él luchaba con sus fantasmas interiores personificados en la guerrilla. Perder el poder y comprobar que Juan Manuel Santos no es un clon ni que lo obedece con el servilismo de sus hijos, lo enfurece de tal manera que no le importa hacerle zancadilla al país que dice querer tanto, sólo para llegar el de salvador. Como su padre.

Es tal la rigidez emocional y corporal de Uribe que, observe sus manos, ni siquiera puede doblar sus dedos. Rígidos, tiesos, al igual que sus ideas, sus obsesiones, su terquedad, su rabia. Es un hombre con problemas serios de comportamiento que como un Hitler, puede llevar a un pueblo a la barbarie. Claro, a quienes vibren en su misma onda de problemática con la autoridad, con la rabia y con la figura del padre. No es un juego: ¡es una patología!

lunes, 8 de abril de 2013

¿Cuál paz?


Aun cuando utilizamos el mismo lenguaje, aun cuando somos contemporáneos, aun cuando presenciamos los mismos acontecimientos, no todos “entendemos” lo mismo. No es la inteligencia la que nos maneja o diferencia. Lo que hace que cada quién tenga su propia visión, su propia creencia, está determinado por su nivel de conciencia. Algo semejante a los estudiantes de un colegio: no todos captan de la misma manera, dependiendo del curso en que estén matriculados aun cuando puedan tener los mismos profesores.
Pero claro, lo que cada quien capte y manifieste ya en su comportamiento o en palabras, es una radiografía de su desarrollo evolutivo. Como los espejos con los que trabaja Santiago Rojas, al colocarlos sobre el cuerpo y “retratar” la enfermedad, de igual manera nuestras creencias retratan el momento de evolución en que vive cada uno. De allí que pretender que 45 millones de personas actúen igual es una utopía. Anhelaríamos sí que la mayoría hubiera vivido ya los niveles “primarios” de la evolución para aceptar que convivir no es destrozar al más débil. O que la única manera para sobrevivir es acorralando o violentando al que no piensa como yo. Por eso la paz es un tema pluralista y cada quién puede tener su “visión” de cómo quiere la paz. Lo valioso es que queramos la paz desde nuestro mundo interior, desde donde verdaderamente significa anhelar paz. Pero hay quienes conciben la vida como una eterna lucha, como una guerra, donde siempre hay que estar defendiéndose. Siempre hay alguien que ataca y persigue, siempre existen malos y buenos y siempre hay que estar prevenido. Todo el que se acerca es un potencial enemigo. Pertenece esta posición a los niveles más bajos de conciencia, niveles elementales de sobrevivencia, donde todavía no existe vivencia de solidaridad o compasión. El mundo es un enemigo, los demás son guerreros que atacany como en la prehistoria, cualquiera que no pertenezca al entorno conocido es un posible depredador.
Si tenemos rosas y las encerramos en una bodega, por hermética que esté, afuera se sentirá el olor de las rosas. Si por el contrario, lo que guardamos en esa misma bodega, por muy bien cerrada que esté, son depósitos de basura, afuera olerá a basura. Como quien dice, en el exterior huele lo que hay en el interior. Ninguna pared, ningún hermetismo, así sea físico, logra impedir que se respire de lo mismo que existe en un espacio cerrado puesto que es imposible detener energías, percepciones, olores o situaciones así creamos que una pared, o una barrera física las detendrá. Las máximas universales dirían que "para todo afuera hay un adentro, y para todo adentro hay una afuera y aunque son diferentes, van juntos". Entonces, impacta encontrarse con personas que pareciera que destilaran veneno. Como si su “olor interior” fuera la rabia, el odio, la retaliación. ¿Qué es lo que cobran y a quién se lo cobran? Tienen derecho a su incomodidad, es parte de su proceso. Pero le apuestan a lo negativo, a lo que falta, a lo que no se hizo, a “cobrar” las dificultades. Y si no existe conciencia de lo que destilan, se corre el riesgo de que “el mal olor” se contagie. De allí la importancia de hacer consciencia de quienes nos rodean: los que odian y destilan ira o los que le apuestan a la convivencia y solidaridad.Si en el corazón se anida tanta rabia es claro que los pendientes personales se proyectan al exterior y se cree que son los otros los que hacen daño o se equivocan.  Pero la paz, como tantas otras actitudes, comienza por casa. La casa interior…