Santiago Cruz,
periodista de este diario, le escribió una carta a Melanie, la niña asesinada a
golpes, comprometiéndose a aclarar los motivos de su muerte. Como en un
rompecabezas al que se le van juntando piezas, Santiago habla de su padre, su
madre, el colegio, la madrastra, el ICBF, en fin todos los posibles
protagonistas del drama. Y claro, la sociedad…es decir nosotros, los que
estamos aquí “leyendo” el periódico o viendo la información en la tele. ¿Quién
es el culpable o el responsable de este asunto? Que no es un único asunto sino
miles más, donde niños y niñas son agredidos por padres y madres o profesores o
vecinos o cultura. ¿Qué hacer?
El papá, la mamá,
la madrastra, son solo “piezas” del rompecabezas, donde ellos muy posiblemente
también son víctimas de situaciones de agresión. Adentro de todo victimario hay
una víctima y dentro de cada víctima existe un victimario en potencia. ¿Cómo
detener este espiral? En Psicología se trabaja con el árbol genealógico como
una manera de hacer conciencia de las fallas de nuestros antepasados para no
seguirlas repitiendo. Tomar conciencia de ellas es una manera “rápida” de mirar
cómo nos afectan nuestros ancestros. Qué tanto de su historia está pendiente en
nuestra vida y cómo repetimos sus errores. Algo parecido a un “alma familiar” a
la que estamos ligados y por la cual también debemos responder. Así como todo
colombiano que sale del país “siente” el peso de la nacionalidad en cualquier
aereopuerto del mundo (con razón o sin ella), igual somos parte de la familia y
sólo actos de conciencia y reparación nos liberan de los pendientes de esa
historia. El sentido comunitario, global o cósmico, donde nos reafirman como
parte de y no como seres aislados. El efecto dominó o la repercusión cuántica
de que todo está ligado…
¿Qué hacer
Santiago? No es fácil la respuesta. Creo que sólo la “construcción” colectiva
nos puede llevar a mejorar el futuro. Y esa construcción tiene que llevar a
todo aquel que sienta la preocupación o el dolor o el sufrimiento a
comprometerse individualmente a no agredir, a no lastimar, a no fastidiar. Pero
no porque exista una ley que lo prohíba, sino porque desde nuestras entrañas
sentimos que no podemos continuar siendo parte de esta locura colectiva. El
bulling de los colegios, por ejemplo, es un efecto del bulling social que
indirectamente todos patrocinamos y aumentamos. Los presidentes se agreden,
existe un “respetable” periodista que desde su columna semanal se burla,
agrede, injuria a quien se le ocurre y “todos” nos reímos de su “agudeza
mental”. Eso es manoteo social. Esa es nuestra complicidad pasiva. No, no es
censura de prensa. Pero si existen mecanismos de “no agresión” que pueden silenciar
su bulla. Basta con no leer, no sintonizar o no oír. Debe existir un pacto
colectivo, pero inicialmente individual, de comprometerse con la no violencia,
con la no agresión. ¿Qué tanto estamos dispuestos todos, desde el lugar en que existimos,
con ese compromiso? ¿Qué tanto estamos dispuestos a revisar nuestras formas
“sutiles” de violencia y agresión? Si no es de esta manera Santiago,
encontraras ahora un responsable, un eslabón, que de pronto también fue víctima
de violencia, será castigado, pero el monstruo sacará la cabeza por otro lado.
Y seguirá y seguirá… sólo cuando seamos
conscientes de nuestro grado personal de violencia y agresión, podrá existir
luz al final del túnel. La violencia es una espiral, un círculo infinito, que
sólo podrá romperse el día que cada quien sea consciente que la violencia es
una responsabilidad, antes que nada, individual…de cada uno, de cada quien.