Existen múltiples miradas para un mismo acontecimiento. Las culturas son tan diferentes que cuesta trabajo aceptar la pluralidad: claro, es un ejercicio de tolerancia. Pero ¿cuál es el punto donde comienza el atropello y cuál donde termina la tradición cultural? No debe ser coincidencia que una gran parte de las costumbres que se marcan como abusos tienen que ver con la mujer. La discriminación contra ella es espeluznante. Por eso cualquier enfoque, información o aporte que ayude a mejorar su condición de vida es bienvenido. La ablación (extirparla el clítoris para que no sienta) es aberrante. ¿Qué tanto ha hecho el mundo occidental por crear conciencia sobre esta “práctica cultural” totalmente agresiva contra ella? Nuestra pasividad es cómplice.
Y ahora llega la información sobre las niñas que visten y tratan como niños para que su calidad de vida sea dignificada. En Afganistán, las familias consideran una verdadera desgracia no tener un varón y para mitigar su “dolor”, deciden que una de las hijas se comporte y viva como hombre para “aliviar” a sus padres y calmar el “qué dirán”. Hasta los 14 años, estas niñas serán varones: se visten, hablan, se comportan y tienen nombre masculino para “honrar” a sus padres y para gozar de mayores beneficios. ¿Qué pasa después con ellas? No importa: dignifican a sus padres, tienen temporalmente privilegios, se acostumbran a la mentalidad masculina y marcan una diferencia con su propio sexo. Luego, a los 14 años, como por arte de magia, se acaba el encanto: ahora ¡son mujeres! El swuiche se corre y ya, al empaque indeseado, a la esencia rechazada, a la identidad descalificadora. ¿Qué puede pasar con estas adolescentes que “entran” a la vida por la puerta de atrás por el sólo hecho de nacer en una cultura patriarcal? ¿Qué pasa con su autoestima y aceptación de sí mismas? Sí, se siente un dolor muy profundo, se vive una sensación de impotencia mezclada con rabia por el trato a la mujer, a nuestras compañeras de esencia. Son los efectos de la cultura patriarcal que algunos consideran exagerados y no logran evaluar qué tan aberrante o descalificadora es, como señalan “las viejas feministas”. Pero allí están las pruebas, allí están los hechos. Son los “aportes” de la cultura y se tienen dos posibilidades: aceptarla o intentar desde el lugar en que se esté, contribuir con la información necesaria para despertar conciencia.
Aquí se cree que “ya llegamos” a la equidad. Creemos que no existe discriminación y que la mujer es valorada y respetada. Pero su cosificación, la forma en que se explota su cuerpo es denigrante. Allá lo esconden “por maldito” y aquí lo exponen por “bendito”. Sin embargo el resultado es el mismo: un objeto al servicio y manipulación del varón. El hombre aquí o allá es su dueño y el único camino que le queda a un gran número de mujeres, es seguirlo. No estamos tan mal como en oriente, pero la descalificación, en cualquier idioma, sigue siendo la misma.
Para la directora de Donjuan: qué pena María Elvira haber interpretado tan mal su actitud por dirigir una revista tan edificante con las mujeres. En compensación por mi “moralidad anacrónica” le ofrezco mis servicios profesionales para ayudarla a digerir sus sentimientos cuando sus hijas, a nombre del arte, vendan la foto de sus nalgas a una revista como Donjuan para ser “devoradas” por hombres que valoran la dignidad de la mujer. ¡Cuente conmigo, por favor!
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