Existe una bellísima
historia sobre la creación del hombre y de la mujer, donde los dioses
decidieron que no los podían hacer exactamente a imagen y semejanza de ellos,
porque entonces no serían humanos sino dioses. Había que marcar alguna
diferencia y se decidió, en consejo de sabios, no darles la felicidad
"para que él y ella tuvieran que encontrarla". ¿Dónde colocarla? No
podía ser ni en la montaña – tendrían fuerza para escalarla - ni en el mar – tendrían
inteligencia para descubrirlo - no podría ser en otro planeta, también estaban
preparados para hallarla. "Ya sé donde colocarla", dijo un dios,
"colocaremos la felicidad adentro de ellos mismos y estarán tan ocupados
en buscarla por fuera que difícilmente la encontrarán".
Es una historia para
comenzar el tema de Diciembre, el maravilloso (u horroroso) mes. Cada quién, de
acuerdo a su transcurrir, a sus creencias y claro, a sus expectativas, lo calificara
con alguno de estos adjetivos. Lo que sí es obvio para todos, es que diciembre
trastoca la rutina diaria. Y está bien romper (al menos una vez al año) con lo
cotidiano. Lo que sucede, sin embargo, es que muchas veces termina siendo una
carrera loca por encontrar ¿qué? ¿la felicidad?. Que como esta historia, no
estará en ningún lugar fuera del interior de cada quién. Como quien dice será
un trabajo individual “no perderse” en este maremagnum de vida al que hemos
llegado. Y ser conscientes de que nada, absolutamente nada “de lo afuera” nos
dará la anhelada felicidad.
Y aun cuando parezca
que “no tiene que ver lo uno con lo otro” si es importante reflexionar sobre el
número de muchachos y muchachas que se alistan en las filas del EI con la
esperanza de darles sentido a sus vidas en un mundo consumista, donde pareciera
que el único objetivo es tener y gastar. Ahora en Diciembre, mes del gasto y
del consumo, es prioritario pensar en ello, en la realidad mundial que estamos
enfrentando. Una juventud desesperada, carente de sentido, sin hallar objetivos
por qué vivir. Y resulta que existe “un ideal”, religioso y extremista, que sí
les ofrece por qué luchar, diferente de cosumir y divertirse. Diferente de la
última marca, del último producto al que ni siquiera muchos de ellos, pueden
acceder. Entonces emergen el vacío, la rabia y la desesperanza, “excelente”
caldo de cultivo para sembrar allí un ideal por equivocado o mentiroso que sea,
pero al fin y al cabo “ideal”. Alá les dará lo que buscan, no importa ni
siquiera que para lograrlo tengan que morir. La necesidad de trascendencia, la
búsqueda de una espiritualidad ha llevado a esta generación a “conectarse” con
cualquier credo que llene los vacíos interiores. Y pareciera que en Occidente,
ninguna religión, ningún valor, ninguna creencia, llenan sus anhelos.
Diciembre entonces
puede ser un mes “peligroso”. Si les enseñamos a nuestros niños y niñas que la
felicidad está conectada al consumo o si fomentamos en nuestros adolescentes el
valor de la última marca de moda, qué
rápido estamos transitando por la ruta del vacío y la desesperanza, muy lejana
a la felicidad. Este desencanto de mundo, donde no logran ser felices es un muy
buen camino para llegar al fanatismo con tal de encontrar algo “porque vivir”.
Diciembre es la época “perfecta” para enseñar dónde puede estar la felicidad.
Gloria H.
